jueves, diciembre 22, 2005

difusa


que gire, se tuerza, aparezca en la punta de una torre que baila, recargada en la puerta del sistema ferroviario de un país meláncólico. Una novela o cuento, un personaje que vea la vida a través de lo que no tiene, de la aspiración. Una novela pastelosa, que tienda al pathos. Que dé dos vueltas en el aire, una machincuepa cerrando los ojos y que aplauda. Que aparezca la idea, con traje de payaso, que se le pueda ver a través de las ventanillas de un autobús semivacío -atardeciendo, con el cielo rosa azul rojo negro-, dando brincos por los camellones atestados de hierba, de lámparas del alumbrado público. Que se encierre en la pluma y trabaje y haga mover el pulgar, el índice, la mano, que gire, se tuerza.
Que se encuentre, que en el último minuto ALGO. Algodón de azúcar en una plaza concurrida, con duendes y santa closes y pequeños guiando a sus padres por entre puestos de cosas que no pueden comprarse porque no existen porque no se han inventado.
Que haya escaleras, pasillos iluminados, con ventanas y paisajes del otro lado con animales que vuelan y gorjean y hcane cosas que los humanos no pueden hacer.
Que venga la idea, que se detenga un momento, como aquellos niños que juegan a los encantados, sólo un momento.
un instante
una tecla
un cabello
¿Qué le cuesta ponerse a mirarme, quietecita?
Ey, di "chis".
Una sonrisa y si quieres hasta luego.

domingo, diciembre 11, 2005

rayueleando (ventana)

Viajando en un autobús sobre periférico sur, cuando la luz del sol debía ser suplida por focos y lámparas, el cielo rojizo y como despidiéndose; los rascacielos a uno y otro lado de la carretera, con los cristales permitiendo ver la vida íntima de oficinas, escritorios que esconden empleados y sostienen tazas de café y vapor; hoteles de cinco estrellas, automóviles último modelo y la noche que avanza como un lector asiduo sobre las páginas de una novela.
Y en la mano un libro, frente a mí otro universo, también con múltiples ventanas y focos y noches.
Le habló de todo eso la maga, que se había despertado y se acurrucaba contra él maullando soñolienta. La Maga abrió los ojos, se quedó pensando.
-Vos no podrías -dijo-. Vos pensás demasiado antes de hacer nada.
-Parto del principio de que la reflexión debe preceder a la acción, bobalina.
-Partís del principio -dijo la Maga-. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza.
-Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás -dijo Oliveira.
-¿Por qué Santo Tomás? -dijo la Maga-. ¿Ese idiota que quería ver para creer?
-Sí, querida -dijo Oliveira, pensando que en el fondo la Maga había embocado en el verdadero santo.
Feliz de ella que estaba dentro de la pieza, que tenía derecho de ciudad en todo lo que tocaba y convivía, pez río abajo, hoja en el árbol, nube en el cielo, imagen en el poema. Pez, hoja, nube, imagen: exactamente eso, a menos que...
¡Por Dios!¿Estoy dentro o fuera de la pieza?

graduación de pinche escritorcito





viernes, diciembre 09, 2005

jueves, diciembre 08, 2005

pinche loco

Odio a los locos, carajo, cómo los odio.
Jueves por la mañana. Viajaba en el sistema de transporte colectivo, dentro de una enorme estructura fálica que penetraba la tierra. Los rostros somnolientos de los pasajeros, los vendedores ambulantes repitiendo sin fin un mismo mensaje, rostros anónimos que no han de reencontrarse jamás.
Viajaba en una línea no muy concurrida, si se era un poco paciente se podía conseguir un asiento tranquilamente; uno casi podía tirarse un pedo sin molestar a nadie, las piernas podían estirarse. Casi diría que era confortable el viaje.
De pronto, un gemido rompió el silencio -en este contexto, llamo silencio al ruido que hacen los motores de los trenes y que la costumbre ha ido suavizando hasta apagarlo-, era un anciano que permanecía en cuclillas, recargado en la puerta.
Odio a los locos.
Los pasajeros quisimos aparentar que nada había ocurrido, que no había ningún anciano, ningún gemido, sólo el rodar de los neumáticos sobre los rieles. Pero era imposible no notarlo, no molestarse, no perder la paciencia ante ese miserable; se levantaba, gemía, babeaba, corría -anciano, sí, pero con el vigor que le daba un cerebro absolutamente transtornado- de un extremo al otro del tren. Quién sabe qué extraña tragedia, qué eterna cólera estaría representando una y otra vez en su mente.
Odio a los locos porque ante ellos estoy indefenso, porque su lógica es impredecible. Porque ante ellos no puedo ser inteligente.
Entiendo que los artistas somos parecidos a los locos, pero nuestras creaciones siempre controlan la esquizofrenia; creamos mundos paralelos, pero entendemos que es ficción, son pretextos casi siempre para referirse al mundo este, en el que nos desplazamos, soñamos, bebemos; este mundo en el que más o menos los seres humanos pueden al menos señalar al mismo árbol, al mismo automóvil, hablar de lo mismo, aunque cada quien llegue a conclusiones distintas y hasta encontradas.
Pero los locos no.
Odio a los locos porque hacen cimbrar los conceptos con los que con tanto ahínco el hombre ha levantado monumentos, ciudades y naciones.
El pinche anciano loco se bajó dos estaciones antes que yo, y, por fin, pude suspirar tranquilo porque el mundo, las cosas, habían vuelto a su cauce normal y lógico. La razón había vencido.

jueves, noviembre 24, 2005

sumir las teclas

con prisa, con algo de crueldad, que truenen, que hagan click, madreemos el teclado, que necesitemos lápices, que también le quebremos la punta, que el grafito no soporte el peso de nuestras miserias, nuestras pasiones, de nosotros, pues.
Que necesitemos la sangre, que sea nuestra tinta.
Que se nos quiebren las uñas, las falanges.
Peripatéticos, de aquí para allá, enemigos del reposo, que las suelas de los zapatos se gasten, que la erosión continúe por los talones, los tobillos, muñones, metáforas absurdas de la escritura.
Como reptiles, arrastrémonos, con las torpes extremidades que, si todo sale bien, también se harán polvo con la fricción en los poros del asfalto.
Que quede la cabeza sola, rodando, parpadeando de vez en cuando los ojos, que se irán abriendo a la oscuridad.
Consérvese el sentido del oído para capturar la voz que acaso diga: en paz descanse.
Y, si aún se tiene fuerza, piénsese en el punto final.

paisaje urbano

¿Habrá algo más roto que un perro con la pata triste?

a brincos, con aberrante ritmo, cruza la calle

sábado, noviembre 12, 2005

planeta inodoro (reporte)



Y una vez que hube de aterrizar en este planeta (cuyo nombre es impronunciable por los medios humanos, por ende lo he bautizado como "planeta inodoro") me encontré con seres que semejaban excrementos, no sólo en la forma que teían sus cuerpos, sino en la pestilencia que a su paso iban dejando. De igual manera mi olor les resultó desagradable, a pesar de haberme rociado con las mejores fragancias que traje de la tierra. Y también hay otra clase de seres cuya consistencia es líquida y que desprenden un olor a orines apenas soportable con el más alto sentido de la diplomacia.
Estos seres dominaban el planeta y se extendían por casi todalageografía
Lo que uno puede encontrar en mayor número son unas especies de mingitorios e inodoros, en los cuales estos seres descansan.
Sus mascotas son unos seres muy parecidos a las moscas terrestres, y se dice, en este lugar, que son los mejores amigos.
A mi llegada, los habitantes corrieron no tanto con miedo como con asco, ya que la apariencia humana resulta muy cercana a la de sus deyecciones. Poco después llegó una comitiva diplomática que me llevó a conocer no sólo sus usos y costumbres, sino sus grandes palacios (de mosaico, material más apreciado, al que se le atribuye la categoria de lo sagrado) y monumentos.
En la foto aparezco segundos despues de aterrizar, en una plaza dedicada al descanso.

sábado, octubre 29, 2005

el pequeño sucio y triste evangelio de la poesía contemporánea que se convierte en vacío

Pero claro esto es un ejercicio automático empezando porlaprimera letra, la segunda. elespaciador. el pequeño espaciador demierda, que se traba, que se enoja conmigo porque no hablo demujeresdesnudas, de clítoris. Clicktoris. nalgas. El quiere masturbarse con la A, con sus piernas muy abiertas al follar. vamos a hacer un verso endecasílabo. que se veabien elhorizonte claro dela bohemia nocturna en la quelos escritores son parisinos. vino tinto. quiero estar sentado en un crucero de laciudad deméxico. con unapluma,con una hoja. quiero limpiar mis dedosdesangre, desangre encerrada, en elpequeño y triste ojo de las avenidass que circulan mientras los automóviles se quedan parados. Quiero decitr que tengo hambre. que me duele el dedo meñique del corazón. Quién es el prmer presidente de la república. quisiera volver al feliz tiempo de la primaria. Seguro le agarraría las nalgasami maestra desegundo grado. Y entonces el marchito abuelo se quedó dormido, pensando en lo que habría podido escribir a los 24 años.

miércoles, octubre 19, 2005

confín

Quizás debiera desaparecer, perderme en un pasillo del metro, arrejolado, en cuclillas, Y escribir frasecitas que a nadie tocan.
Quizás sería lo más prudente, perderme un rato. Mientras afuera el mundo cambia.
Ver a las mujeres,sus culos gordos, flacos, macizos o guangos. Y que el azar no llegue nunca. Que yo lo espere todo. El amor, la esperanza, la libertad.
¿Qué importa todo esto?
Que nadie llore mi partida.
Sí, desaparecer un tiempo, que las uñas me crezcan, que las palabras se me olviden, que se me caigan los dientes.
Qué inútil es todo esto.

domingo, octubre 16, 2005

autorretrátame


autorretrátame el aliento
la conciencia y el índice
Que no olvide yo mi función en esta tierra

martes, octubre 11, 2005

paisaje de escritor

Piénsese en la pared como en una hoja.
Que hablen ambas.

yo

lunes, octubre 10, 2005

fragmento

de pequeño creía que el universo se reducía sólo al pedazo que mis sentidos captaban: el ruido motorífero del refrigerador en la cocina, las imagenes de las caricaturas en el televisor, apenas el espacio comprendido desde el último sillón hasta
la cocina.

15 años después sigo pensando de la misma manera.
Aunque más que un pensamiento es una sensación.

Ahora mismo lo siento: el universo es un cubículo de la universidad y hay monitores, teclados, cuerpos que transparenta el vidrio, logotipos, tuercas, lámparas, páginas de libros a mi espalda, el sabor amargo de los jugos gástricos que el estómago ha decido hacer reptar por el esófago hasta las papilas.
Ustedes, lectores, no existen, no caben en el universo.
Sí, sé que hay mundo allá fuera, desconocido (pasillos, puertas, escaleras, tal vez)
Tal como los científicos hablan de galaxias lejanas y envían señales esperando respuesta de otros mundos.
Tal es la lógica de mi escritura.

nos han quitado la muerte (lamento de un azteca nostálgico)

Nos han quitado la muerte
el tiempo cósmico
la pirámide.
El sol.

Nos han dejado la vida
y el reloj atado a la muñeca
la
prisa.
Las ruinas
debajo y arriba y a los l a d o s
de una catedral
las ruinas.

La cruz

Por la señal de la santa cruz.

Han dejado la sangre esparcida.

domingo, octubre 09, 2005

paisaje verbal

Respirar

uñas tallos pescuezos

testículos homóplatos branquias
falanges antenas tobillos

alas muñecas labios
corneas pómulos cutículas
úteros ventrículos rabadillas

trompas de falopio cabellos hocicos raíces

Deglutir fornicar

duodenos pestañas glúteos

sumergir

adherirse con las hojas los tentáculos
con el pulmón la savia y la clorofila
con el hígado los ojos

aferrarse al sol la lluvia
renegar del silencio y la sombra

aletear rugir
cantar y florecer

Que el verbo retoñe que vuele que corra

jueves, octubre 06, 2005

tlamatinime


Y el hombre sabio -los brazos apoyados en la cabeza, el gorro de la verdad, la mirada más allá de la concurrencia- dijo:
-Los hombres vacíen los bolsillos sobre aquellas cestas de mimbre y retirense más allá de dos noches. Las mujeres despójense de sus ropas y muestrenme de cerca sus carnes . Las mozas apartense del resto, igualmente desnudas y adopten la postura de los cuadrúpedos, ahí justo detrás de los matorrales. Los niños hagan lo que quieran, toda vez que sea lejos de mi vista.
Y la multitud atenta así lo hizo.

martes, octubre 04, 2005

escribiendo una novela

Sí, escribo una novela...

Y me doy cuenta que las pocas mujeres que han estado conmigo se alejan de uno u otro modo. En el mensajero una de ellas me dice que ojalá esté bien, pero que lo mejor es no vernos más.

Al diablo.

Algo tendré malo.

Y las palabras que vomito. Esto no es literatura. Esto no es nada. Pequeñas y míseras palabras que van de aquí para allá, sin asirse a nada. Porque su dueño no tiene la valentía de vivir. Porque es incapaz el puto de estar con sus contemporáneos.

¿Y la novela? Ahí va la novela, según el profesor, el autor abusa de los adjetivos, pero fuera de eso lleva buen ritmo narrativo.

Una novela que no dice nada. Hecha al vapor para cumplir con un requisito académico.

Tal es mi literatura. Que las mujeres, que las palabras se alejen de mí.

lunes, octubre 03, 2005

silencio que todo lo oyes

Xavier Villaurrutia.
Silencio
que todo lo oyes como los niños tímidos.
Estoy en un rincón y me pierdo...
Sí, a veces es una desdicha escribir y darse cuenta de las cosas. Hay veces que la caida de una hoja me hace llorar.
Y las personas de aquí para allá. En las paradas de los autobuses, hojean el periódico, se rascan la cabeza, otros más van a un centro comercial y se compran un suéter.
Y yo, desde los rincones, oyendo todo, padeciendo todo.
Una mujer se sienta en el último asiento del vagón y se carcajea hasta los huesos, algunos pasajeros se bajan ofendidos. Pero ella sigue riendo. Ríe y ríe.
Hasta que la policía arroja su cuerpo hilarante a la calle. Ja ja ja ja.
Un perro se mira en el espejo, se fija que la corbata esté perfectamente anudada. El traje perfumado y planchado. Le cuesta cada vez menos trabajo caminar en dos patas. Saluda de dos ladridos al carnicero, con el que se ha reconciliado desde que no se tira en la banqueta a esperar trozos de carne. Es un perrito como ninguno, dice el carnicero a sus clientas mientras aplana los bisteces de aguayón con un gesto de esperanza. Ya en el departamento de recursos humanos deja caer del hocico su currículum sobre el escritorio. Tiene el empleo: un flamante perro de ataque.
Y yo en los rincones, como el silencio, que flota, que se hunde, que se expande, que abarca.

Estoy bien, sólo es el mundo lo que me pesa, lo llevo anclado como un llavero. Lo llevo puesto como un traje.

domingo, septiembre 25, 2005

enamorados

"Estoy enamorado", frase frecuente en boca de los insensatos. No se dan cuenta de que entregan lo único que verdaderamente les pertenece: la libertad de pensamiento.
Pobres diablos.
Y se alegran de su suerte como aquellos cerdos que son llamados por sus verdugos con palabras amorosas justo antes de darles muerte.

...

la tristeza se cae de las paredes sin que nadie piense en recogerla y ponerla en su lugar... donde no se vea.

viernes, septiembre 23, 2005

sintaxis revolucionaria

Universidad estoy la en. Frente a computadoras los están las estudiantes. Miramos no nos. Pantalla hogar es nuestro la. 68 el demostró que utopías las canceladas están. Suerte tal de comunicarnos tratar inútil es que. ¿Apatía me contemporáneos la de avergüenza mis? No supuesto por, ellos de uno soy. Camiseta imagen con Guevara la identifica "Che" la porto que identica Revolución me del. Tranquilo soy siento me porque revolucionario. Mensajes a de Internet través mando soy incapaz de con comunicarme mis escuela de compañeros, pensante país clase de la este. Farsante un soy. Pendejo un que sabe Revolución hacer que no palabra con la boca en.
La calle pasar cosas deben extraordinarias en, por Revolución ejemplo la.

jueves, septiembre 22, 2005

informe rojo

Tengo quince años y estoy perdiendo la virginidad. Me duele. Él parece feliz. Me aprieta los senos y me muerde los pezones. Quiere meterme un dedo en el ano. Me duele. Me duele el ano. Me duelen las piernas en sus hombros. Él parece muy feliz. Acelera. Mete. Saca. Acelera.
Se quita el condón y eyacula sobre mi estómago y senos. Algunas gotas caen en mis labios.
Paso el dedo índice por mi vagina. El rojo es un color extraño.
Me dice al oído, con la misma boca con la que juraba amarme:
-¿Ya ves? Te dije que te iba a gustar putita.

jueves, septiembre 08, 2005

teocuitlatl

Teocuitlatl: así se nombra en náhuatl al oro.
Tal vocablo se compone, a mi entender, de dos palabras: teo, que significa dios, o energía sagrada, mejor dicho -ya que el concepto religioso europeo distaba mucho del azteca-. Y Cuitla, que significa excremento.
De tal suerte que el oro sería el excremento de la energia sagrada.
¿Qué significa esto?
¿Los aztecas despreciaban o anhelaban el oro?
¿Se debe ir presuroso tras el ano de los dioses o se debe correr en el sentido contrario, procurando no ser salpicados?

yo s oy

El joven que escribe esto; el adolescente que se pasa debajo de la reja de la secundaria para ir a los lotes baldíos a romper botellas de vidrio; el niño que corre en el recreo con la intención de derribar de las manos las tortas de los incautos; el que va detrás de un balón, esquivando los automóviles; el callado...
el profesor de literatura que observa las minifaldas de sus alumnas de nivel medio; el anciano que garabatea palabras en una hoja de papel casi extinto, sin fuerza, convencido de que no sirve de nada, pero obligado a ello desde las entrañas, sin embargo; el cadáver que se pudre, o las cenizas que se arrastran con el aire o en la corriente marina.
Soy esto. Y más.
Soy la mosca que frota sus patas sobre el excremento de un albañil en una resbaladilla de un parque público; soy un remache en la locomotora olvidada de un tren oxidado; soy una botella de cocacola que un empleado de gobierno se lleva a la boca sucia; el esperma; el óvulo; la semilla.
Porque uno no sólo es lo que fue, es o será, sino una infinita gama de posibilidades...
Basta que lo imagine para que exista. Yo soy lo que imagino, en múltiples direcciones.
Yo soy el creador.
Yo soy yo.
Yo soy todos. Todo.

lunes, septiembre 05, 2005

cigoto3

Sostuvo la copa, sin beber de ella. El hombre esperaba verle tomar el primer trago. A pesar de la poca luz la mujer sentía la mirada presionante sobre sí.
-Yo -dijo la mujer tras unos segundos- yo no sé qué hago aquí.
El hombre hizo un sonido con los labios, acaso como un gesto de ironía, luego desapareció por un pasillo aún más oscuro. El violín dejó de escucharse para dar paso a un jazz suave. Regresó el hombre y, con la complicidad de una música más ténue, le pareció a la mujer que el tipo llevaba zapatos de tacón.
-Les expliqué muy bien -dijo el hombre- les dije todo lo que debían saber.
-¿Qué? ¿De qué habla usted? ¿Qué cosa les explicó a quiénes?
Le pareció a la mujer que de pronto había un calor insoportable e inconscientemente volvió la vista hacia una ventana. Vio una paloma en el barandal, vio que el animal la observaba con el ojo blanco y vidrioso; escuchó el ruido que escapaba del pico, un grito ahogado que, sin embargo, atravesó el grueso del vidrio. El ave voló dando aleteos desesperados y se perdió entre las nubes negras del firmamento aún más oscuro.

viernes, agosto 26, 2005

amores perros

Me siento romántico, demasiado romántico. Tanto como este poema que se cruzó en mi vida hace algunos meses.


Atraidos por el olor a sangre de sus entrañas
los cachorros siguen a la perra en celo como si fuesen el séquito
de una reina negra, y la olfatean en un movimiento impúdico
que tal vez merece ser llamado de amor.
La perra finge que la persecución la incomoda
y hace carantoñas como las mujeres cortejadas.
Un olor penetrante de vida la acompaña
entre dos soles que limitan el paso del día.
De noche, cuando la encierran en el granero,
los cachorros quedan afuera, desolados y fieles.
Y sus quejidos en la oscuridad nos enseñan
que el amor es una pasión inútil, una puerta cerrada.
Lédo Ivo

jueves, agosto 25, 2005

cigoto 2

-Yo...
-Pasa -interrumpió el hombre- eres puntual. Tal vez te sobre algo de cadera, pero eres puntual y eso me gusta.
Estaba oscuro ahí dentro. Sólo la pobre llama de una vela iluminaba escasamente el departamento, lo suficiente, al menos, para no tropezar con los muebles. La música de un violín llegaba de algún lugar, imposible descifrar exactamente de dónde. Un ventanal permitía ver la enormidad de una ciudad cada vez más ajena a sí misma: múltiples luces extendiéndose más allá de lo humano.
-¿Whiskey? -preguntó el hombre, apenas una silueta que extendía el brazo con una copa entre los dedos.
-No, no bebo -dijo la mujer, tratando de ubicar los espacios en el departamento. ¿Era un perchero esa cosa en el rincón?
-Bébelo -ordenó el hombre, luego suavizó el tono- eres mi invitada.

chichiltic

chichiltic quenin eztli, ese soy yo...

tan rojo como la sangre.

miércoles, agosto 24, 2005

cigoto

Es este un cuento por entregas, aquí la primera parte:
Estaba sola en el elevador. Vestía una gabardina negra. Se vio maquillada exageradamente en el reflejo distorsionado de su cara en las paredes metálicas. Los números que indicaban el ascenso en los pisos se iban iluminando progresivamente. Se detuvo en el último nivel, el 35. Las puertas se abrieron: era un amplio pasillo con lámparas incandescentes en el techo que alumbraban tibiamente. Al final una puerta blanca. Caminó, acaso los tacones le lastimaran. Sólo el ruido de sus pasos y el sonido de la resistencia de las lámparas. Tocó la puerta con sus nudillos. Una, dos, tres veces. Vio anillos en sus dedos, anillos que no había visto nunca. Escuchó pasos del otro lado. Corrieron el cerrojo y abrieron. Era un tipo alto y gordo, sin camisa, pantalón de vestir. Tenía vello en el pecho, el cabello despeinado. Una copa en una de las manos. El hombre se tambaleaba de aquí para allá.

lunes, agosto 22, 2005

deja vu 2

Hoy una mujer tuvo un deja vu frente a mí...

domingo, agosto 21, 2005

deja vu

Hoy una mujer tuvo un deja vu frente a mí. Tomábamos café, hablábamos de orgasmos y de quiénes, hombres o mujeres, disfrutan más durante el coito. De pronto dijo, con un tono parecido al de la satisfacción: "¡Deja vu!, ¡deja vu!". Todo ello, como he dicho, frente a mí. No pude hacer menos que tirar el café sobre la mesa.
¿Así que yo estuve con ella dos veces y ella conmigo sólo una vez? ¿Es eso justo?
¿Fue ese deja vu un acto amoroso?
Como sea, con gusto volvería a tirar el café.

sábado, agosto 20, 2005

sueño con mujer y epílogo inconcluso (incierto)

Soñé que caminaba con una mujer por calles peligrosas y mal iluminadas. Me sentía, lo recuerdo bien, obligado a cuidarla. Y, demonios, me sentía bien con ello. Llegamos a una calle repleta de amenazantes perros bravos. Había que cruzar por ese lugar si se quería poner a salvo el pellejo. Los perros ladraban, enseñaban los colmillos, los belfos babeantes. El sueño, pues, consistía en sacar a la mujer de ahí, llevarla a salvo del otro lado de la perra calle. Recuerdo que daba brincos enormes con ella en mis brazos. Los perros mordían mis piernas. Sangraba. Y mis brincos sobrepasaban los cables de la energía eléctrica.
No recuerdo si logré sacarla de ahí. Pero ¿qué carajos nos mueve a dar brincos que superan toda lógica de las posibilidades del cuerpo humano y dejar que perros rabiosos muerdan nuestras extremidades? ¿Para qué?
Y finalmente no saber si nos pusimos a salvo.

jueves, agosto 18, 2005

virtud y sentido (quizá no sé)

¿Por qué las relaciones humanas me dejan una sensación de vacío?
He llegado a pensar que tengo la "virtud" de ver cosas que los demás no ven. Cuán alegre miopía experimenta el resto de los hombres. O acaso el miope sea yo. En fin, no recuerdo grandes temporadas en las que no me sienta yo un ser aislado, incomprendido. Por eso soy un tipo callado. Porque estoy pensando en la pequeña mancha de la pared. Porque mi mente está activa en todo momento. Porque las preguntas son el filtro con el que miro el mundo.
Escribo buscando un sentido, pobres ambiciones. Una palabra, luego la otra. abcd... es grave todo esto: un escritor que desconfía de los medios que tiene a su alcance para hacerse entender. Pero que, paradojicamente, usa esos medios para hacer tangible esa incapacidad.
Bah, supongo que no cambia las cosas que piense en ello o que no.
Más Kierkegaard, lo siento:
¿Qué sentido tiene esta vida? Si se divide a la humanidad en dos grandes grupos, puede decirse que uno trabaja pra vivir y que el otro no tiene necesidad de trabajar. Pero el trabajar para vivir no puede ser el sentido de la vida, puesto que es una contradicción el decir que proporcionar constantemente las condiciones sea la respuesta a la pregunta sobre su sentido, que con ayuda de ellas ha de condicionarse. La vida de los demás en general tampoco tiene más sentido que la de devorar las condiciones. Si se quiere decir que el sentido de la vida es morir, me parece de nuevo una contradicción.

kierkegaard

Ayer leí aforismos de Kierkegaard mientras viajaba en el metro de la ciudad de México. Era de noche y el tren semivacío recorría la calzada de tlalpan con un ruído monótono. Las frases de Kierkegaard eran madrazos que me sacudían, madrazos que me hacían despegar los ojos del libro. Y entonces me puse a observar a mis contemporáneos. Iban tan ajenos de lo que leía: oficinistas hojeando el periódico, estudiantes que iban riendo y aventándose unos a otros, señoritas de traje sastre cabeceando por el sueño... Y yo quería pararme y decir: vean lo que estoy leyendo, escuchen esto.
Qué extraña necesidad de hacer colectiva una experiencia individual.
Ahora lo hago. Lean a Kierkegaard:

¡Qué vacía y carente de sentido está la vida! Entierran a un hombre; le siguen hasta el sepulcro y le echan tres paletadas de tierra; se sale en el coche y se regresa en él, consolándose con la creencia de que se tiene por delante una vida larga. ¿Cuánto es siete por diez años? ¿Por qué no se resuelve eso de una vez, por qué no se queda uno fuera y le acompaña al sepulcro y se echa a suertes a ver quién ha de ser el desgraciado que viva el [sic] último y eche las tres últimas paletadas sobre el último muerto?
*****
Los hombres son absurdos. Jamás emplean las libertades que tienen, sino que exigen las que no tienen. Tienen libertad de pensamiento y exigen libertad de expresión.
*****
¿Qué es un poeta? Un hombre desgraciado que oculta penas hondas en su corazón, pero cuyos labios están hechos de tal manera que los gemidos y los gritos, al salir por ellos, suenan como una música bella. le pasa lo que a la infeliz víctima atormentada a fuego lento dentro del toro de Fálaris: sus gritos no podían llegar a los oídos del tirano para aterrorizarle; para él sonaban como música dulcísima. Y los hombres se congregan alrededor del poeta y le dicen: "¡Pronto, canta otra vez!". Es decir, que tu alma sea víctima de nuevos sufrimientos, pero que tus labios sigan siendo los de antes. Porque los gritos nos asustarían, pero la música es suave. Y van los críticos y dicen: "Eso es; así debe ser según las reglas de la estética". Ahora se comprende: un crítico se parece a un poeta como una gota de agua a otra; pero aquel, en cambio, no tiene penas en su corazón ni música en los labios. He aquí por qué yo prefiero ser un pastor de cerdos en Amagerbro y ser entendido por éstos, a ser poeta y no ser comprendido por los hombres.
*****

placebo (vómito amante)

La historia de mis noviazgos está llena de frustraciones. Salvo contadas excepciones he podido comunicarme con alguna de mis mujeres.
Casi siempre he tenido la sensación de que "eso" no es para mí...
Voy por la vida, por el metro, por la calle... buscando una mujer que sea para mí. Una mujer que me haga pensar: esto soy yo y lo que deseo.
Tengo derecho a ser cursi, reclamo ese derecho
Quiero una mujer en la que pueda pasarme media hora en su entrepierna y el resto del día descubriendo algo tan romántico como su esencia.
Quiero una mujer que no sea de mi propiedad, que yo no le pertenezca. Quiero que nuestras libertades se unan.
Soy un romántico y creo en la libertad... y a veces también en el amor.
Sólo a veces, porque la mayor parte del tiempo lo niego. Lo desprecio por su carácter placébico... Una inyección de agua pasada por antibiótico. Una inyección de nada pasada por esperanza, eternidad...
Quiero decir que empecé a escribir esto para que alguna mujer lo leyera y me escribiera: yo soy.
Soy yo, imbécil, cesa tu búsqueda.
cuál búsqueda.
del amor.
Pero ahora, le daría una bofetada y le escupiría el rostro: tú no existes, perra, eres un placebo, un producto de la sugestión. Ni tú ni tu vagina existen...

miércoles, agosto 17, 2005

zotehuelas mares y sueños

Soñé que en la zotehuela de mi casa estaba el mar, o algo parecido. Ahí estaba, frente a mí, enorme y profundo.
¿Por qué demonios no me pareció aquello extraño?
Tuve que aventarme a las bellas, pero peligrosas aguas para salvar dos pastillas de jabon zote. Una empresa heroica si consideramos que no sé nadar (ni en sueños).
Fue entonces que comprendí que todo era un sueño, que no había necesidad de nadar. Me levanté y caminé por la superficie del líquido. Sabiendo que no me hundiría.
Un breve dios que camina sobre el agua.
Porque desperté.
¿La vida está llena de ideales que jamás se cumplen?

jueves, agosto 11, 2005

ermitaño

La extrema lucidez aleja de los hombres. Y de las mujeres, por cierto.
Quiero ser un ermitaño. Eso es lo que tengo reservado para mí.
Seré un ermitaño de 45 años que las estudiantes jóvenes de literatura buscarán para ofrecer sus cuerpos esbeltos a cambio de disertaciones literarias, de sentencias graves y prfundas. No les importara mi olor a orines ni mi barba cana y puerca, mis cabellos largos y mal cuidados. Viviré en una combi y tendré amigos que habrán dedicado sus vidas a acumular riquezas, que me llevarán quesos europeos y vinos de excelente hechura. Estacionaré la combi fuera de un sanborns para poder defecar cada que se me venga en gana. Embarraré mierda con los dedos en las paredes lustrosas de los sanitarios blancos con frases contundentes y agudas.
Y volverán de nuevo las estudiantes, las jóvenes semivirgenes que se masturbarán frente a mí.
Y moriré viejo y olvidado.
Sí, seré un ermitaño.

miércoles, agosto 10, 2005

minúsculas

Iré a tomar café con Él, pensó ella.
Pero ¿quién era "Él"?
¿El hombre calvo que hojeaba el periódico en la banca, tapizada con caca de paloma? ¿El repartidor de pizzas que golpeaba con los nudillos un portón oxidado?
¿El poeta que vendía sus poemas en el kiosco a los paseantes?
No, Él era simplemente Él, tan simple como eso.
Así que ella gritó con todo la fuerza de la que era capaz el aire de sus pulmones: "Él". Voltearon algunos, sí, pero no por reconocer su nombre en el grito, sino porque por lo general un grito no pasa desapercibido, antes, más bien, altera el orden publico.
Pero Él era simplemente él. La enorme diferencia de una minúscula.
él era apenas un pinche escritorcito... mediocremente él.
pinche escritorcito desconfiaba de Ellos y Ellas. Sabía que cada uno de los seres humanos que pueblan este planeta están tan lejos entre sí como lo está una galaxia de otra. ella también lo sabía... pero le gustaba darse cuenta de ello. Una y otra vez gritaba, en las plazas públicas, en las oficinas de gobierno, en las reuniones de trabajo: "Él". Pero la respuesta no venía, no de Él, por lo menos. Apenas escasas y débiles respuestas de ellos.
Ergo... él y ella no podían estar juntos, porque dentro de sus imaginaciones épicas, la unión sólo podía darse si sus nombres empezaban con mayúscula.

lunes, agosto 08, 2005

sonata claro de luna

Léase con la ídem del bueno de Betoven

El hombre oprimió la tecla plei, seguido del botón ripit y la música de Betoven llenó el cuarto. Cerró los ojos para entrar al mundo que le sugería lo que escuchaba y recargó la cabeza en la almohada. Con el índice llevaba el ritmo, con la otra mano buscaba el cuerpo de la joven. Por fin las presiones de la cámara lo dejaban tranquilo. Unas horas antes, la oposición había tomado la tribuna y por poco impedía la votación, pero al final el asunto se resolvió favorablemente; además, su discurso fue de los más aplaudidos por el partido: “Compañeros diputados…”

Sintió el dulce contacto de sus dedos con la cabellera negra, estaba alegre de tener ese cuerpo tan cerca de él. Gracias a Dios, pronunció en voz baja, casi rezando, en dirección al cielo.

La había encontrado con la tarde moribunda. El paseo de la reforma era una larga recta de automóviles, árboles, luces y personas. Le habría gustado que la carretera estuviera libre, sin la inoportuna presencia de 20 millones de hijos de la chingada. Entonces vio a la joven caminar por la banqueta, mover rítmicamente las caderas. Aún tenía los músculos del cuello doloridos por los embates de la oposición que lo acusaban a él y a su partido de traición a la patria. El recuerdo del escupitajo de otro diputado resbalándole por el cachete y parte de la oreja le hacía apretar con fuerza el volante. Tras pensarlo un poco, dio vuelta en la primera esquina para encontrarla de nuevo e invitarla a subir. Le llamaron la atención las colas de caballo, una en cada lado de la cabeza, la falda corta, las calcetas blancas apenas hasta los tobillos. Ella se fijó en las vestiduras del automóvil, en la pintura impecable. Luego inspeccionó al hombre que conducía: no menor de 45 años, barba de candado minuciosamente cortada; lo juzgó inofensivo por haberlo visto dos o tres veces en algún noticiero opinando sobre asuntos de prioridad nacional. Me pedirá, cuando mucho, que se lo chupe, pensó la joven al sentir la cómoda primera experiencia de los asientos de piel de un cádilac en la espalda.

Se levantó de la cama, fue a la cantina y sirvió dos güiskis en finas copas de cristal cortado. El suyo lo bebió rápido, el de la joven lo puso sobre el mueble de caoba. Se sirvió otro, esta vez con un poco de hielo.
- Los escoceses son unos imbéciles que usan falda, pero hacen el mejor güisqui del mundo. Bébelo con calma.
- …
- ¿No es maravillosa la música?
- …
- Siéntela. Deja que las notas te conduzcan a lugares increíbles. Ahora veo un bosque. Un enorme bosque: imagina árboles, senderos marcados en el pasto. Nosotros estamos ahí, corremos tomados de la mano, desnudos. ¿Puedes ver ese verde tan intenso?
- …
-Se oye una cascada, pero no podemos verla, sólo nos llega el rumor que la brisa trae hasta nuestros oídos. El sonido nos conduce por una pradera hermosa, orgullo de la mano de Dios. Hay animales que nos observan, testigos de nuestra búsqueda. Fíjate ahí, sobre aquel árbol, va una hormiga cargando un pétalo. La luz se cuela entre las hojas de los árboles. Todo es tan claro. Buscamos el agua porque nos parece el mejor lugar para hacer el amor. ¿Puedes escucharla?
- …
- Pero cierra los ojos. Se imagina mejor si se mantienen unidos los párpados.
- …
- Cierra los ojos.
- …
- Cierra los putos ojos.
El hombre recordó a la oposición tomando la tribuna, llenando el lugar de pancartas. Jaló aire, sintió que el pecho se le inflaba. Hizo pasar el güisqui por su garganta. Trituró el hielo con los dientes.
-Obedéceme, por favor. No me hagas perder los estribos.
Acarició con ternura el brazo de la joven.
- Por Dios, cierra los ojos.
Pero ella no los cerraba, a pesar del esfuerzo por unirle los párpados.
El timbre del celular, sobre el buró, sonó. Iba a ignorar la llamada, pero tuvo que contestar al ver el identificador.
- Enseguida estoy contigo –dijo a la joven, luego contestó el soni ericson.
- Sí licenciado… Claro, para eso estamos los amigos… Nada más dame dos horas, es que estoy acompañado… Cuenta conmigo licenciado.
El licenciado era la persona más cercana al presidente de la república, por lo tanto todos los miembros del partido le debían una lealtad absoluta. Sobre todo el hombre, porque había sido recomendado por él, hacía más de una década, con los dirigentes del partido. Quedarle mal era un lujo que no podía permitirse. Pero no todo era un afán burocrático, porque pasaban largas tardes juntos en compañía de los mejores vinos, disfrutando la música de los clásicos, mientras alguna mujer, casi siempre menor de 20 años, se metía alternadamente los penes de uno y otro hasta hacerlos eyacular, por lo común al final de una sinfonía. El gusto por las mujeres, el vino y la música los unía tanto como los viejos códigos de la política.
Cortó la llamada. Tarareó a Betoven mientras se desabrochaba el cinturón y dejaba caer sobre sus tobillos el pantalón armani. Contempló, con pasión artística, la desnudez de la joven que enseguida le provocó una erección. Parecía utópico abrirle las piernas, pero al final lo consiguió. El tiempo es irrevocable, pensó al recordar una frase de algún escritor francés. Era imposible, estaba seca como papel de lija.
-Soy un hombre razonable, pero no voy a tolerar caprichos –dijo al untarse lubricante, luego se subió encima y realizó movimientos pélvicos rápidos y precisos.
- Te gusta eh, perra.
- …
Cuando terminó, observó detenidamente el rostro de la joven. Acarició la barbilla y disfrutó la textura del hematoma que se extendía hasta el nacimiento de los labios. La boca ligeramente abierta. Le hizo gracia el hueco que había dejado uno de los dientes superiores. Hizo avanzar la mano hacia la nariz, se cuidó de no derramar la sangre encerrada en un coágulo que se asomaba por una de las fosas nasales. La línea curva del tabique hasta la frente. Delineó ochos con el índice alrededor de los ojos morados.
-¿Así que te subes al carro de cualquier desconocido, eh puta?
Tomó de los cabellos la cabeza de la joven y le propinó puñetazos. Cuando le dolieron los nudillos, siguió empeñado en la cabeza, pero ahora contra la pared color marfil.
-Mierda –dijo cuando un mechón se desprendió del cuero cabelludo y no pudo seguir sujetándola.
Exhausto, se dejó caer sobre el sillón de piel. Betoven no lo miraba, pero estaba ahí, arrojando las notas por las bocinas del panasonic.

- Bueno, es una pena que tengas que irte –dijo el hombre en el momento en que se echaba el cuerpo de la joven al hombro- pero soy una persona importante y ya no puedo atenderte como se espera que lo haga un caballero.
Bajó las escaleras con algún trabajo, pensó que tenía que hacer ejercicio. Betoven, a lo lejos, seguía sonando. Puso el cuerpo sobre el suelo y abrió la puerta, luego lo arrastró hasta el jardín.
- El sol empieza a ocultarse. Ya no corremos buscando el agua, escapamos de la oscuridad que se está comiendo el bosque. Hay un precipicio. Tú tienes miedo. Yo te digo que confíes en mí, que hay que brincar…
El hombre dejó esperando a la joven y fue a la parte trasera del jardín; regresó con una pala. Empezó a cavar.
- No quieres hacerlo. Yo insisto en que tienes que confiar en mí. Retrocedemos un poco para tomar impulso, luego saltamos. Pero en el último momento te resistes y eso es imperdonable. Tal vez puedas sacar una lección. Tal vez… De todos modos, a donde llegues, mis mejores deseos son para ti.

La sangre y la tierra habían creado una mezcla que se escurría con el agua tibia de las manos y el rostro del hombre. Las figuras de peces en la cortina del baño y la música de Betoven le germinaron un ambiente marino en la mente. Apenas tenía tiempo para llegar a su cita. Escogió el mejor traje y se sintió alegre cuando vio su imagen impecable en el espejo. Fue hacia la habitación y apretó la tecla estop del panasonic, Betoven volvió a la tumba.
Tomó las llaves del cadilac 67 y salió a la calle. Volteó hacia la noche estrellada y le pareció que la luna estaba tan cerca de él que podía tocarla con sólo levantar el brazo.

viernes, agosto 05, 2005

greña

"Péinate", me dicen todos aquellos que tienen la confianza de importunarme con mi higiene personal. Claro, a veces no es posible sonreír ante una estupidez semejante. ¿Qué importa si mi cabello crece cual verdolaga, si lo que soy no puede ser alterado por ningún peluquero?
Claro, es una visión romántica del escritor, pero en verdad no me importa mi cabello sino en el sentido de que es una metáfora de mi estilo de vida, de la manera en la que opera mi mente. Soy un ser enteramante disperso. Mi cabello soy yo.
Como Sansón.

jueves, julio 28, 2005

océano índigo

Estoy lejos de ser un poeta, pero intenté un poema.

Yo soy la balsa abandonada
el náufrago de madera inservible
podrida.
Yo el inútil remo
la rota vela.

Tú el mar infranqueable y sus sinónimos
tú la marejada honda
y el viento voraz

tú el mar, Maritza.

Yo los desechos marinos
en la orilla de una isla sin nadie.

Tú el mar, Maritza.
El mar azul.

viernes, julio 22, 2005

relato silencioso

El Silencio cruzó de lado a lado el largo pasillo que conducía al departamento de la rubia. Luego llamó a la puerta con sus gruesos nudillos, inflados a fuerza de tanto madrear gente. La rubia, confiada, sin echar antes un vistazo por la mirilla, abrió la puerta, después de todo ¿quién se atrevería a meterse con la mujer de Carlón, el más despiadado traficante de armas de la ciudad?
La rubia, apenas vio que era el Silencio quien tocaba, quiso cerrar la puerta, pero bastó que el enorme brazo del hombre se estirara para impedirlo. Sabía que no había nada que pudiera hacer, cuando Carlón envíaba al Silencio, el mejor de sus hombres, era porque el trabajo tenía que hacerse, sin excusas, un trabajo limpio, diría Carlón. La rubia pensó en su amante, en lo que habían hecho mal, y en cómo pudo haberse enterado Carlón, se arrepintió de todas las noches en que se escapaba por la puerta trasera, sin ser vista, creía ella, y esperaba, bajo un puente vehicular, a su amante, aquel hombre de bello rostro y pene curvo.
La rubia, sin embargo, tenía confianza ciega en sus pechos voluptuosos y erguidos, consecuencia de tanta silicona, y deslizó sensualmente los tirantes del vestido que se sostenían de los hombros. El silencio miró los pechos 34 D por unos segundos, se dio cuenta que esa era la manera más sensual en que alguien le suplicaba que le perdonara la vida. Y de no estar en horario de trabajo, el Silencio habría tenido una erección. Levantó la mano para acariciar esos impresionantes monumentos de carne y plástico, lo hacía torpemente, sin la menor intención de agradarla. Cuando la rubia cerró los ojos, fingiendo placer, el Silencio apretó con toda la fuerza que le daban sus 110 kilos de peso y tantas horas de gimnasio. El dolor que reflejaron las pupilas de la rubia fue el mejor placer, mucho más que el que hubiera podido darle el tocar cuidadosamente las curvas de ese cuerpo. El Silencio sabía que nadie más hubiera podido infligirle tal tormento. La rubia quiso librarse, pero era inútil. Se habría necesitado la fuerza de varios hombres, acostumbrados a una vida ruda, para abrir los dedos obesos del Silencio.
apretó
y
apretó.
El Silencio aventó los pedazos de carne que se habían quedado entre los dedos, hacia una fotografía que colgaba en la pared: la rubia, sonriente, con la torre Ifel de fondo. Luego sacó el cuchillo, tan afilado como el bisturí del más sanguinario de los cirujanos, e hizo un corte perfecto en el cuello de la rubia. Yugular, me gusta ese nombre, pensó el Silencio, yugular. Un chisguete de sangre, empapó rápidamente la alfombra persa, regalo de Carlón, como todo lo que había en el departamento. Un trabajo limpio, como todos los del Silencio.
El Silencio vio su reflejo en el espejo del comedor. Lucía impecable: casimir inglés gris oxford, sombrero de dik treici, una servilleta asomando por el bolsillo del saco, bigote recién recortado. Un hombre elegante, pensó el Silencio, luego salió a la calle, cuidando de no pisar la mancha de sangre, que se extendía ya por casi toda la alfombra.
Encendió el auto, un chevi 57 y disfrutó el sonido. El poder de la máquina, se dijo el Silencio. Le gustaba el ruido que provocaba el motor de un clásico. Metió un caset en la casetera e hizo correr la cinta oprimiendo un botón: un blus chillaba, llenando el ambiente de una importancia peliculesca. El silencio siempre se sentía como Alcapone cuando escuchaba bluses después de hacer un trabajo. En el espejo retrovisor se fijó que su sombrero estuviera acomodado, un poco a la derecha, como le gustaba, y aceleró, haciendo que el aire levantara las hojas de periódicos viejos tirados en la calle.

miércoles, julio 20, 2005

chaparritas retro

Enciendo el televisor, como todas las tardes, y un hombre vestido de mujer baila en el monitor. Su rostro cirugiado me trae recuerdos que creía perdidos en el tiempo: era 1982, el presidente de la nación lloraba como un niño en el congreso de la unión porque no había podido defender la moneda como un perro. Si me esfuerzo un poco aún puedo ver el rostro compungido y los pucheros presidenciales. También recuerdo el sonido que hacía la máquina embotelladora a unos diez metros de donde yo desempeñaba mis labores diarias: revisar cada una de las botellas de chaparrita de la ciudad. Era una plaza recién abierta, necesaria debido a la gran cantidad de quejas que recibía la empresa. Se llegó a hablar de alambres y hasta dedos flotando en las chaparritas. Esa era mi labor desde 1978.
Aquella tarde salí de trabajar y no quería hacer lo de siempre: Llegar a casa, en la portales, prender la tele y reír un poco con el humor de los polivoces. Necesitaba algo nuevo. Así que conduje mi volksvaguen del 75 hacia donde me llevara el ritmo de la ciudad. Vagué por alrededor de una hora, la tarde empezaba a caer. Me detuve cuando vi un enorme anuncio luminoso que se prendía y apagaba: “B R LA TIRANA” podía leerse a cientos de metros de distancia.
Entré. Algunos hombres bebían. La mayoría de ellos tenía una facha de vaquero. Me sentí un forajido del viejo oeste, entrando a una cantina para ver quién podía retarme a un juego de pokar o a un duelo a muerte al ponerse el sol, veinte pasos de por medio. La televisión estaba prendida y sintonizada en el informe. El congreso se paraba a aplaudir cada que el presidente interrumpía su discurso. Podían incluso escucharse algunos bravos o vivas. Un hombre, sentado a una mesa, se levantó con la cerveza en la mano y cambió de canal. Pero todos los canales tenían la misma programación.
Me senté a la mesa más apartada y pedí una cuba libre. La bebía con pequeños sorbos. Mientras observaba un lunar en la frente presidencial. Me pareció absurdo que un hombre con un lunar como ese pudiera haber llegado tan lejos. El mundo es injusto, me dije, yo no tengo un lunar tan repugnante y, sin embargo, tengo que dedicar mi existencia a revisar refrescos para niños.
En esto estaba cuando una voz afeminada preguntó:
-¿Puedo sentarme?
El imbécil quería que la gente creyera que era una mujer sólo porque se vestía como una de ellas. Tenía un par de tetas enormes dentro del escote de un vestido entallado.
-Con tal de que no me molestes puedes hacer lo que quieras.
Seguí bebiendo, concentrado en la leyenda del vaso: “Bar la tirana: 35 años de servicio nos avalan”. Me llegaba el sonido de un hombre que juraba que México no volvería a ser saqueado.
Entonces el mayate, a mi lado, dijo:
-Ese cabrón ya nos saqueó. ¿Cómo espera que le creamos que el que viene no lo volverá a hacer?
-Escucha, la política no me interesa. Y preferiría que estuvieras callado.
-Pues debería de interesarte. Por eso estamos como estamos. La gente está empinada y el gobierno nos coge como quiere.
Imaginé la botella de una chaparrita ensartada en el culo de aquel hombre en zapatillas.
-Tienes razón –le dije- todos debemos salir a la calle vestidos de mujer y hacer una revolución.
-Eres un hijo de la chingada –gritó.
No vi en qué momento se quitó la zapatilla, pero alcancé a esquivar el golpe. Con el intento perdió un poco el equilibrio y aproveché para darle con la zurda en el mentón. Cayó de nalgas. Debió haberse roto por lo menos una uña, tal vez se le corrió la media.
De inmediato se acercaron dos cantineros. Uno de ellos, el más corpulento, me dijo en tono serio, muy parecido al del señor presidente en el congreso:
-Este es un lugar decente, señor, así que le vamos a pedir que se retire.
-Sí, largo –dijo una voz detrás de mí.
-Hijo de la chingada –dijo el puto en el suelo.
-No quería problemas, pero intentó tocarme –dije, sin saber por qué, señalando al invertido en el suelo.
-Francis es un cliente asiduo y nunca se ha metido en líos. Lárguese o llamaremos a la policía –dijo el cantinero corpulento.
Varios hombres se levantaron y se acercaron. No era bienvenido, así que salí del Bar la tirana, prendí mi volksvaguen y conduje recordando el mentón de Francis. Me habría gustado patearlo en el suelo. Me pregunté por qué no lo había hecho.
Llegué a casa y encendí el televisor, comprado a plazos en k2. El informe presidencial había concluido y el humor de los polivoces me hizo sentir bien: Juan Garrison estaba a punto de morder una torta.

domingo, julio 17, 2005

circular

Estar coincidir sonreír pasear comunicar reír acariciar descubrir recorrer seducir complementar amar unir embarazar

Profundizar parir frecuentar convivir raspar erosionar sobrevivir habituar trabajar asear ordenar reprochar ignorar mantener esconder mentir engañar

Gritar amenazar pelear ausentar divorciar litigar repartir custodiar pensionar liberar

Esperar transcurrir florecer asolear deshojar enfriar

Estar coincidir sonreír pasear

viernes, julio 15, 2005

te amo al cubo

El sol despuntaba en lo alto, pero sus rayos no quemaban la piel, y se dejaba sentir una brisa refrescante en la ciudad. Era un buen día, pero una nube que se acercaba desde el oriente acaso presagiara tormenta.
-Te amo –dijo él.
Luego pasó su mano por la cabeza.
En la otra acera un anciano se echaba un bulto sobre la espalda. El semáforo cambió al color verde y los automóviles se pusieron en marcha. Cláxones, gente. Una ambulancia se abrió paso a toda prisa con la sirena.
-No…
-No qué –interrumpió él.
Alguien, detrás de él, mencionó algo sobre el tiempo con una voz aguda.
-No hagas las cosas más difíciles –completó ella.
-Te amo te amo te amo.
Ella observaba las gotas de la lluvia escurrirse por la ventana empañada, detrás, una pequeña calle que salía a los campos elíseos. Paredes adornadas con reproducciones de Gustave Moureau. Un departamento en un segundo piso de una ciudad europea.
El auricular le pareció una cosa extraña pegada a la oreja.
-Tienes que entender.
En la calle, aguijoneada por la lluvia, un hombre apresuraba a una mujer mientras metía maletas en un fiat de color blanco. Dentro del automóvil, una niña la observó y se despidió con la mano, luego el fiat arrancó y se perdió de vista. Tuvo deseos de salir a mojarse. Deseó que su vida fuera un cielo de inofensivas gotas frías. Luego la voz vibrándole el yunque y el martillo en el interior del oído.
-¿Entender qué? Dime qué debo entender. Explícame.
En la acera, llena de puestos ambulantes, un hombre perseguía con la escoba un papel que el viento iba alejando.
-No me levantes la voz –dijo ella.
Él la imaginó frente a la torre Eiffel, recostada sobre el pasto y leyendo a Baudelaire, en francés, naturalmente. Le distrajo el ladrido amenazante de un perro que no quería perder su alimento entre desperdicios humanos, a unos metros de él.
-La distancia… es la distancia –continúo ella en voz baja, con la visión de un ebrio que quería leer de un papel, valiéndose de la luz del alumbrado público. En las escaleras, fuera del departamento, alguien tarareaba una canción. Dibujó un árbol con el dedo en la parte más alta de la ventana empañada, el follaje era una línea que semejaba un cable telefónico, una línea que era follaje y tronco indefinidamente.
-Al carajo la distancia, te voy a decir lo que sucede: no has podido mantener las piernas cerradas entre tanto francés y desde el remordimiento hablas de la chingada distancia.
Ella veía cómo la lluvia arreció. Miró el auricular entre sus manos. Cómo es que el sonido puede entrar y salir por este aparato, se preguntó. Luego colgó.

Escuchó el sonido intermitente de la línea sin nadie. El paso fugaz de un trailer por el eje vial hizo cimbrar el suelo y todo lo que estaba encima de él.

Salió a la calle, galones de agua en el aire, en las banquetas y todas partes. Agua que se iba por las coladeras, que se despeñaba por las gárgolas de las catedrales góticas. Del cielo negro, el agua. Hacía frió y qué importaba.

Vio una sonrisa infantil y estúpida sobre los hombros de un adulto. El color rojo del semáforo cedía el paso a los peatones. Cruzó el eje vial. Automovilistas impacientes deseaban sumir el pedal del acelerador. La luz del sol, reflejado en un parabrisas, le deslumbró. Entre gente anónima que caminaba a su lado, deseó gritar hijos de puta. No lo hizo y se perdió en las escaleras del subterráneo.

miércoles, julio 13, 2005

de lo inefable

Desconfío del lenguaje. Hoy no pude hacer que una mujer se quedara a mi lado. Claro, sólo tenía las pobres posibilidades de la palabra.
Pero un escritor, aun el más pinche de ellos, que desconfía del lenguaje...

Entiéndanme ¿cómo expreso lo que siente, lo que piensa un escritor que clausura la palabra, su palabra?

Entiendo que el idolatrado lenguaje funcione en enunciados como: pásame la sal o cuánto vale esto...

¿Qué? ¿Me estás hablando a mí?
¿Quieres que escriba un cuento?
No me estés jodiendo.

lunes, julio 11, 2005

arte cleptabunol a través del cinescopio

Cheko se sentía seguro con una cámara de video en las manos; soy inmortal, pensaba al escoger los encuadres para una escena. Le gustaba el color de la sangre y el sonido que hacía ésta al escurrirse por la coladera antes de coagular en el piso. Le gustaba el rojo porque era el color perfecto para salir de la rutina en un mundo en blanco y negro. Se veía a sí mismo como un artista y se consideraba portador de una sensibilidad distinta, incomprensible para la mayoría de sus contemporáneos. Yo soy el arte, había escrito alguna vez en el espejo de un baño en el palacio de bellas artes. Vivía como en una película, siempre, en todo momento.
Estacionó su automóvil en el enorme jardín de la mansión y tocó el timbre. El mayordomo abrió la puerta y lo condujo por pasillos largos y confusos. Aquella figura le recordó una película francesa en la que un mayordomo se orinaba cada vez que alguien tocaba la puerta. Sonrió. Llegaron a una habitación llena de objetos de arte que, a los ojos de Cheko, carecían de buen gusto. Al fondo, sentado sobre un mueble oscuro, se encontraba el ingeniero Ociel, un hombre con una panza de dimensiones obscenas que había ocupado puestos públicos en la década de los setenta y que, al retirarse de la política, se dedicó al robo de autos, narcotráfico y secuestro, actividades con las que se hizo inmensamente rico.
Cheko ya no quería venderle sus cintas porque pensaba que un hombre como aquel no podía entender el arte, y menos el suyo. Cheko se sentía obligado, sin embargo, porque el ingeniero había financiado sus primeras cintas y, además, le había hablado de las ventajas del cleptabunol, tan usado por el gobierno mexicano durante la guerra sucia.
Desde un equipo de alta fidelidad se escuchaba un narcocorrido. El ingeniero Ociel llevaba el ritmo del acordeón con el pie, mientras una morena, en cuclillas, le acariciaba la enorme barriga con las manos y mamaba el pequeño miembro que se asomaba tímidamente entre las piernas. Detrás dos guaruras custodiaban.
-¿Entiendes de arte, puta? ¿Verdad que no? ¿Entonces? Lárgate –dijo el ingeniero a la morena cuando vio entrar a Cheko. Ella obedeció.
-¿Ustedes qué, cabrones? A chingar a su madre también –dijo también a los guaruras.
El ingeniero Ociel soltó una de esas carcajadas que a Cheko tanto molestaban. Acomodó el pene, flácido en el interior del calzón, luego abrochó el pantalón con la gorda hebilla del cinto.
-Siéntate, Cheko ¿qué te tomas?
-Gracias, ingeniero, pero tengo prisa.
-Sabes que no me gusta beber solo, Cheko.
-Me disgusta parecer descortés, pero en verdad debo irme. Quedé en recoger a una mujer en el aeropuerto.
-¿La siguiente actriz? –preguntó el Ingeniero Ociel, mientras guiñaba un ojo.
-Of course.
-Pero no me negarás el gusto de sentarte a mi lado ¿Verdad?
-Por supuesto que no, ingeniero.
-¿Y qué me traes ahora?
-Es mi mejor creación. Pensé en no venderla.
-¿De qué se trata?
-El arte requiere del misterio.
-Ya veo. ¿Cuánto vale?
-Dos millones.
-No me vengas con chingaderas, Cheko, es mucho dinero, te doy uno.
-Lo siento, pero no hay trato –dijo Cheko, levantándose del asiento, pero el Ingeniero Ociel lo detuvo.
-Me gusta tu arte, Cheko. Eres grande, en verdad, pero no abuses.
Luego una mirada de reconocimiento. Miradas de quienes pretenden cerrar un negocio tratando de ganar lo más ofreciendo lo menos.
El Ingeniero Ociel, se carcajeó. Cheko observó un hollejo de frijol en uno de los dientes.
-Me gusta tu estilo. Te digo que eres grande, muy grande. Te voy a dar dos milloncitos por tu película, pero quiero que me hagas otro trabajito.
-¿De qué se trata? –preguntó Cheko. Quería largarse de ahí.
-El arte requiere del misterio, ¿cierto? –dijo el Ingeniero Ociel. Se quitó el hollejo del diente con la lengua, lo masticó y se lo pasó por la garganta.
–Ya lo verás después, ya lo verás.

Eva era una mujer argentina, alta, rubia, que Cheko contactó por internet, como todas las demás. Él le había dicho que era director de cine independiente, que era seguidor incondicional del arte de Strausler. Ella le dijo que sentía enorme admiración por la cultura mexicana. Se enviaron correos electrónicos durante un par de meses y ahora iban a verse porque él le ofreció la casa para pasar el tiempo que quisiera.
Al verla caminar por la sala de llegadas internacionales, Cheko pensó en cuáles serían los encuadres y acercamientos que mejor le vendrían a su tipo de piel, textura y los rasgos de su rostro. Vestía una minifalda roja, blusa blanca y sandalias del mismo color.
-Esto es México, bienvenida – le dijo extendiendo los brazos para apretarla casi con ternura a su cuerpo.
Cheko condujo en silencio mientras veía las lámparas del paseo de la reforma, pequeñas luces brillando en la oscuridad, como luciérnagas.
-¿A dónde me vas a llevar mexicanito? Estoy muerta. Colas interminables en Buenos Aires para tomar un vuelo.
-Conocerás mi estudio de grabación.
-Qué hermoso edificio que es ese –se refería a la bolsa mexicana de valores. La punta del rascacielos apuntando al firmamento como un falo.
Cheko imaginó que un automóvil frente a ellos, con una cámara instalada en la parte trasera, seguía los gestos de uno y otro. Sonrió. Era un artista.
Llegaron a la casa, ubicada en una zona residencial para la clase alta. Cada propiedad estaba muy separada de la otra. Cheko la había comprado pensando que era el mejor lugar para realizar su trabajo.
-¿Y en dónde tenés tu equipo?
-Ya lo verás ¿tequila?
-Jamás pensé que a un director de cine le fuera tan bien en este país –dijo Eva al sentir la comodidad de los muebles de piel y al ver los finos acabados de las paredes.
-¿Quieres escuchar algo en especial? –preguntó Cheko desde la cocina, preparando la inyección de cleptabunol.
-¿Podés poner música de mariachi?
-¿Por qué no la pones tú misma? Los discos están en el mueble, debajo del modular.
Eva buscaba el disco, esperaba encontrar alguno de José Alfredo Jiménez.
-¿Y no te gustaría salir en alguna de mis películas? –preguntó Cheko, que casi estaba listo.
-Sabés bien que no soy actriz, lo mío es escribir.
-Creo que deberías intentarlo, la cámara te va bien –le dijo Cheko acercándose y sosteniendo con la mano derecha una cámara de video que puso muy cerca del rostro de Eva; en la izquierda el cleptabunol.
-No lo hagas, me intimidas –dijo Eva tapándose la cara con las manos, luego sintió el piquete en el cuello.
-¿Pero qué hacés, pelotudo? –dijo levantándose.
-Tranquila, te relajará.
-La puta que te parió, ¿que me hiciste? –Eva tiraba los discos, pateaba los muebles, se caía al suelo.
-Eso, así el cleptabunol se extenderá rápido. Estás cooperando mucho.
Para Eva las cosas se hacían grandes, luego pequeñas. Se sentía débil. Recordó la avenida 9 de julio en Buenos Aires.
-¿Lo ves? Te dije que te iba a relajar. Para entrar a mi estudio se necesita un estado hipnótico. Eres afortunada.
La tomó de los cabellos y la hizo subir con cuidado por la escalera. Luego un pasillo cuyas paredes estaban adornadas con reproducciones de Karl Hofer. El estudio era un cuarto grande con las paredes pintadas de blanco y un sillón negro al centro. Frente al sillón un televisor de 29 pulgadas. Cámaras dispuestas por lugares estratégicos. Sobre el mueble estaba una maleta con los aparatos de trabajo. En el piso, una coladera. Más allá un aparato de sonido cuyas bocinas se distribuían a lo largo y ancho de la habitación.
-¿Qué sería del cine sin la música? Le faltaría un brazo o una pierna. Incompleto, mutilado estaría el cine –dijo Cheko dirigiéndose al aparato de sonido, la voz de Gardel apareció una vez que el disco compacto empezó a girar en el interior del aparato. Luego ajustó la cámara que más le interesaba, colocada en un tripie. El cleptabunol seguía actuando en el cuerpo de Eva, que no podía articular palabras, apenas salían de sus labios sonidos propios de tarados o recién nacidos. Se dejaba conducir. Cheko la sentó con las piernas abiertas y le bajó la ropa interior hasta las pantorrillas. Eva quería cerrar las piernas, golpear con el codo la nuca de Cheko y salir corriendo. Quería hacerlo, pero el cleptabunol.
Dolor cuando el martillo caía con fuerza sobre sus articulaciones. Dolor cuando el taladro destrozaba sus dientes, cuando el filo del bisturí le dejó en carne viva las plantas de los pies y el tubo caliente en su vagina, y el ácido en las corneas, y las uñas desprendidas.
Ahora eres inmortal, fue lo último que escuchó Eva. Luego el golpe en la cabeza. Fue todo. Gardel y Cheko quedaron en la habitación, solos. La sangre se escurría por la coladera.

Cheko estaba ahí y no entendía por qué. La calle estaba oscura y llovía. Un par de horas atrás observaba, acostado en el sillón de la sala, una película de Takeshi; el sonido estereofónico de las bocinas, conectadas al televisor, hacían retumbar las columnas de la casa en cada balacera o persecución en la ciudad de Tokio. Luego sonó el teléfono.
No debía estar ahí, observando las gotas escurrirse en el parabrisas en una calle desolada y oscura. No sabía por qué había contestado el teléfono siquiera.
-Cheko, ya te tengo el trabajito –había escuchado apenas al levantar el auricular. Aquella voz de mierda del ingeniero Ociel.
-Es una puta que levanté hace algún tiempo. Quiero que ella aparezca en la próxima cinta –todavía rebotaban en sus canales auditivos las palabras de ese gordo hijo de puta.
Algo no andaba bien. En toda esa agua despeñándose desde el jodido cielo negro, algo no andaba bien. Pero no quería tener problemas con el ingeniero. Además, la paga era buena. Y después de todo sólo era un favor. Eso, sí, un favor. No había más que hacerlo rápido, sin excusas. Pensaba esto cuando tocaron la ventanilla de su automóvil. Era una mujer con facha de puta, era ella, sin duda. La próxima actriz.
El agua de la lluvia seguía resbalándose por el parabrisas, miles de gotas escurriendo frente a sus ojos, como langostas que le impedían ver las líneas divisorias en el asfalto de la carretera. Así que había que manejar despacio. A Cheko no le gustaba la lluvia, no iba bien con la película que era su vida. No, no estaba bien la lluvia. Le abrió la puerta y ella subió. Cheko no se percató que un auto les seguía el paso, pegado a ellos como sanguijuela.
Apenas se estacionó Cheko cuando un tubazo destrozó la ventanilla de su puerta. Luego unos brazos lo tomaron de la camisa y lo hicieron salir bruscamente. Cayó al suelo bocabajo y al darse la vuelta vio, por un segundo apenas, a través del parabrisas del automóvil que los seguía, la figura obesa del ingeniero Ociel. Luego una gota desde el cielo, como un dardo, se le incrustó en el ojo.
Entonces sintió un piquete en una vértebra. Pensó en el gordo Ociel, en el cleptabunol, en la puta y en lo estúpido que era.

El cuarto le parecía extraño. Nunca había estado con tantas personas ahí dentro. Su cuerpo descansaba en el sillón. Veía a la puta abrazar al Ingeniero Ociel, escoltado por los eternos guaruras.
-Perdonarás, Cheko, que te trate de esta manera. No es nada personal. Y perdonarás el misterio. Pero sabes bien que sin misterio el arte no existe. Me gusta tu trabajo, en verdad. Uno no puede estar pasivo frente a lo que haces. Soy tu aprendiz Checo. Esperemos que con el tiempo pueda superar al maestro. Tal vez.
El ingeniero sostenía un martillo con la mano izquierda, comprobaba que el peso fuera el bastante.
-Imagina qué apreciada será esta cinta. Valdrá millones, Cheko, millones. Pero no quiero decir con esto que lo hago por dinero, no, por dios. Esto es también un homenaje. Verás en la pantalla tu propia muerte. Un regalazo cabrón, un regalazo.
Cheko imaginó la escena desde arriba, le habría gustado que el cleptabunol no le impidiera hablar. Habría sugerido colocar una cámara en el techo que hiciera movimientos oscilatorios. Pero no, el ingeniero Ociel era poderoso y tenía el mando: puso música de los tigres del norte y Cheko sintió el martillazo en el dedo índice. Luego escuchó la risa del gordo Ociel, combinada con el acordeón que llevaba el ritmo de su vida y la última de sus cintas.

viernes, julio 08, 2005

Pepe Pecas pica papas o la vida es un trabalenguas

Pepe pecas despierta, en su cabeza retumba un trabalenguas, aquel que inventara su abuelo durante una larga jornada de trabajo: Pepe Pecas pica papas con un pico con un pico Pepe Pecas pica papas.
Pepe Pecas se arregla, toma un poco de puré como desayuno y se dirige al metro. Compra dos boletos porque es un hombre precavido. Siempre hay que pensar en el regreso, se dice, mientras echa con dificultad el cambio en el bolsillo de su overol. Mete su boleto en el torniquete y lo detiene una voz:
-Ey, amigo, no puedes pasar con ese pico.
Pepe pecas siempre experimenta un pequeño dolor en el vientre cuando ve a un policía.
Pepe Pecas toma el pico y deja caer el lado más puntiagudo sobre el cráneo del guardián del orden. Saca el pico y produce un sonido similar al que hace la sidra al destaparse. Las palabras vuelven a su cabeza: Pepe Pecas pica papas con un pico con un pico Pepe pecas pica papas. Algunas personas resbalan con la masa encefálica del policía, pero ese no es asunto de Pepe Pecas, se dirige al andén.
-Ey, amigo, estorba tu costal ¿Qué traes ahí? ¿Papas?
Pepe Pecas no experimenta ningún sentimiento cuando está frente a un vendedor ambulante. Pepe Pecas ignora la afrenta y sigue en lo suyo: Pepe Pecas pica papas con un pico con un pico Pepe pecas pica papas.
-Ey tú, el pecoso, ya te dije que estorba tu costal.
Es demasiado. Pepe Pecas toma el costal entre sus manos, lo levanta veloz y lo deja caer sobre el escuálido cuerpo del vendedor ambulante, quien, a pesar de tener piernas poderosas, no puede guardar el equilibrio y se va de nalgas hasta el suelo. Pepe Pecas no deja reaccionar a su rival y le aplica la misma dosis una, dos, tres veces, hasta que el exvendedor ambulante arroja espuma y sus extremidades se retuercen en unas perfectas convulsiones.
Pepe Pecas se baja del metro y se enfila a su trabajo: un restaurante de comida rápida dedicado a hacer sonrisas. Pepe Pecas llega a su destino, entra por la puerta trasera y checa su tarjeta. Vacía el costal sobre el suelo y el pico va a la papa como el cántaro al agua y Pepe Pecas pica papas con un pico con un pico Pepe pecas pica papas.

frustración

Ayer una mujer me dijo que era genial.

Y luego me arrebató de su vida... cerró la puera y yo me quedé fuera.

Y la quería, maldita sea, la quería.

Después agradecí la expulsión....

El escritor debe estar frustrado casi por definición.

Expúlsame, ven a escupirme.

Tal es tu función

miércoles, julio 06, 2005

¿Belleza? ¿Creación?

Capitalismo, neoliberalismo, Estados Unidos, guerra, hambre, miseria, SIDA...

Es difícil encontrar la belleza. ¿Cómo? ¿Con qué cara uno se pone a dibujar personajitos, a buscar ritmo?
No, yo no puedo: la vieja máquina de escribir está ahí, enfrente, pero no puedo aporrear las teclas y crear algo.
Soy demasiado romántico

son peligrosas

Andan de aquí para allá. Son peligrosas. De aquí para allá con sus cinturas, sus labios mustios, sus pechos prohibidos. Hoy una de ellas me sonrió en el metro. ¿Qué quieres? debí decirle; en cambio sólo le devolví el gesto. Más trde me entretuve en el vientre de una adolescente: su piel era morena y me hizo pensar algunas cosas, se reía con un grupo de imbéciles. ¿Qué necesito para ir de la mano de una mujer como ella?

Son peligrosas, maldita sea, lo hacen a uno desear más cosas de las que trae encima.

pantalla demandante

una pantalla (dádiva de don bil gueits) exige que introduzca caracteres. Yo obedezco. Mi literatura no es otra cosa que algo improvisado para salir del atoradero. Y hay gente que habla de mi talento, me pide que escriba algo. Yo les digo que sí, que pronto escupiré letras, pondré un balazo aquí, una persecución allá. Viva la literatura.