miércoles, febrero 17, 2010

sígueme

http://loscatatonicosmuerenenposicionfetal.blogspot.com/

Este lugar se hunde.

Vámonos...

Y yo soy el barco y soy la rata.

lunes, noviembre 02, 2009

vértigo del homo sapiens sapiens

apresurarse...

dejaré de escribir y ustedes dejarán de leer

Ya

sábado, octubre 17, 2009

sonámbula e s p e r a



hay quien vive esperando...

lenta

m
e
n
t





e

martes, agosto 25, 2009

paseo por la lluvia





Basta eso... estar dispuesto a mojarse un poco, recorrer el mundo, deambular en lo que piensa y tiene que decir el otro. ¿Hay cosas más fascinantes que pasear, que arrastrar los pies por el mundo en compañía de quien nos escucha?
¿Qué importa si llueve o si revienta el mundo en truenos y explosiones de nubes?


Y yo los miré... en el mundo existe eso y ahí está la prueba.

abrir los ojos


¿Hace alguna diferencia?

lunes, agosto 17, 2009

busnauta


Voy montado en un autobús que recorre el centro de la ciudad. Un buen espectáculo si se es capaz de no tener prisa, cosa bastante difícil porque esta ciudad, como todas, supongo, está construida con la lógica del frenesí, de la zancada larga; todo ciudadano lleva dentro de sí un reloj enloquecido, con la alarma repicando o a punto de hacerlo.

Pero puede uno tomarse descansos, la máquina no nos domina del todo. Se puede vagar y asistir a la muerte del día, recorrer las aceras sin rumbo fijo, montar un autobús y ver las pequeñas acciones de los hombres, el ajeno mundo que habitamos.

¿A qué otra cosa se viene al mundo sino a contemplar y pensar? De ahí se desprende todo: alegrías y calamidades.


viernes, agosto 14, 2009

fósil (ars poetica)


fósil (ars poetica), originalmente cargada por Crates Tlacuilo.

Hay instantes en que uno contempla.

¿Qué es una fotografía?

Un instante, de acuerdo, pero ahora quiero nombrarlo de esta manera:un parpadeo al revés, no a la oscuridad, sino a la luz.

Y ahora tengo dos romances: con la imagen y con las hojas.

miércoles, mayo 13, 2009

el motivo de Hiparquia



Se acomodaba al mundo para fotografiarlo... Arrojaba sobre él un fino manto: sus caricias.


Ponía su firma en cada cosa que veía, y su firma era la poesía.


Por eso amo a Hiparquia.


Crates

domingo, mayo 10, 2009

rúbrica


rúbrica, originalmente cargada por Crates Tlacuilo.

el sol me hizo posible...

debo saber recibir las cosas buenas...

y rechazar las que me hacen daño.

Venga el sol y caiga sobre Crates...

lunes, abril 27, 2009

time machine


Mientras escribo esto los medios masivos pregonan a diestra y sieniestra la posibilidad de que se desate una pandemia (otra) de influenza; el "gobierno" aconseja no salir a la calle y hay que quedarse en casa, en consecuencia.

En el trabajo se acumulan las quincenas y los meses sin que obtenga un solo peso, a cambio la promesa de ingresar a una nómina de la que difícilmente se sale. Y tengo que aguantar, ingresar al astillero (la idea es de Onetti) y fingir que trabajo para que finjan que me pagan. Así esta este mundo de locos y apariencias.

En cuanto a Eros, una mujer (su recuerdo, se entiende) me ha dejado poco menos que hecho mierda, sin metáforas ni tropos. Y revuelto en este guano intento resurgir como lo hiciera el lugar común de Fénix. Resurgir más hombre, más chingón, más yo. Esperar (qué dilema: esperar sin estar esperando; "dejar que las cosas fluyan", como alegremente pregona Dhebora en la bliblia).

Me espero a mí mismo recargado en un dintel oscuro...

A dónde me he de llevar...

Cronos, me pongo en tus manos (jajajajaja, ligero consuelo)...

jueves, abril 16, 2009

alegría de humo

avoir

¿quién?

una duda ontológica me asalta de unos días para acá, en realidad de unos meses para acá. Y va tomando fuerza la pregunta. ¿Qué es ser? ¿Quién soy? Conozco mi nombre, mis gustos, mis deseos, pero aun así me queda la sensación de que algo queda por resolver.

Este asunto se complicó después de una relación amorosa fallida y absurda.


Sigo trabajando y extrañando a ese ser que estúpidamente amo.

Al carajo...

sábado, enero 17, 2009

Cuento


Noción de la última escena

Sólo era una representación, /tan sólo un acto de teatro, /una simple asimilación de aquel tiempo y ese espacio… Rodrigo González
He sido un sucio forajido sobre el lomo de un corcel; un pirata con un solo ojo terrible y una pierna de palo, sobre el vaivén del mar; he sido asesino por la desesperación que deja la ausencia o el desdén de una mujer; un poeta doliente que acompaña su llanto con música. Mil personajes varios y con todos ellos provoqué arrebatado llanto o risas súbitas, también a veces el público censuraba mis acciones por perversas, pero siempre al final aplaudía mi interpretación. Me valía de unas cuerdas para moverme por la ficción del escenario, el arte de un hombre que añadía fuerza a mi voluntad; y el talento de utileros que cosían los más adecuados vestidos para cada ocasión.

Pero confieso que ahora mismo no entiendo esta trama, este suceder de acciones absurdas. Ahora mismo el hombre que debería ser la extensión de mi cuerpo, de mis extremidades de trapo, me lleva sobre sus hombros (habrase visto espectáculo más aberrante), en lugar de hacerme caminar dando brincos, con ese ritmo que encanta a los infantes, y me hace cruzar un camino custodiado por máquinas de fierro (no, no son de cartón, no son de unicel) que echan humo como las chimeneas, que hacen ruido y llevan en sus barrigas hombres que agitan los brazos para mandarse al diablo unos a otros. A todo esto, hay gigantes esbeltos con tres ojos verticales que quieren poner orden encendiendo el rojo, el amarillo, el verde. Y mi cerebro que es este viejo tambaleante emite risas estúpidas y apesta a aguardiente.

Y sucede que cuando el color rojo cede el paso a los peatones me hace desfilar por entre los carros, me pone a hacer movimientos ridículos sin gracia ni poesía. Y luego extiende la mano entre las ventanas, esperando el favor de una moneda. Pocos se dignan siquiera a mirarnos y menos todavía son los que ofrecen su dinero. Ni aplausos ni vivas ni gritos de júbilo. Pronto el rigor de la máquina hace fosforescer el verde y la ráfaga de autos se agita; tenemos que huir entre ruidos de bocinas a la acera más cercana. Y así este espectáculo grotesco y vergonzoso se repite día con día, sin terceras llamadas ni telones, sin ningún acto valeroso, sin ninguna hazaña épica que no sea la de soportar la humillación.

En la soledad de nuestro cuarto el hombre cuenta, a la luz de una vela, las ganancias del día, apila el metal en montoncitos y los cuenta una y otra vez, luego sale a la calle y regresa con una botella de aguardiente. Yo miro todo esto desde un rincón, donde él me abandona sin importar que mis cuerdas se enreden cada vez más, sin limpiarme; sin preguntar siquiera si deseo un trago, porque yo también tengo recuerdos, como él, que explota en llanto cuando mira una fotografía que libera de su solapa renegrida, luego pega la botella a su boca y da un largo trago.

Sí, yo también tengo recuerdos: cómo me guardaban en un baúl después de limpiarme con el mejor cuidado, con un cepillo retiraban las pelusas de mis ropas y las hacían brillar con aceites. Mi manejador o, mejor, mi padre, la fuerza de mi voluntad, me hablaba con amorosas palabras, cual si se dirigiera a un ser vivo y yo recibía estos mimos con tanta que me parecía entrar en profundo sueño, dichoso. Luego algo pasó, recuerdo fuego, humo que se metía por entre las rendijas del baúl, sirenas, borbotones de agua y al fin una mano que me liberaba. No volví a ver a mi celoso cuidador, me vi vagando de mano en mano, primero vendido, luego simplemente regalado, y yo quería gritar: Así no se trata a un artista, eso está fuera de todo escrúpulo. Pero naturalmente no me oían, y si lo hacían, no querían hacerlo. Así terminé en los hombros de este pusilánime, haciendo gracejadas como los simios.

Ahora mismo se está embriagando, no puede con su cuerpo, se bambolea de aquí para allá y algo dice al espejo para después arrojarle una gárgara de alcohol. Le reclama a las cosas: la silla, la mesa, los trastos, todo, con balbuceos, con risas de ironía. Llega mi turno, no se conforma sólo con atacarme con palabras, sino que me toma entre sus brazos y aprieta con violencia mi cuello de trapo, qué más quisiera yo poder liberarme, pero no me queda sino soportar la fuerza de este loco. Después de un par de bofetadas me arroja por la ventana. Caigo en un charco donde insectos vuelan o se arrastran o copulan; un perro acerca su morro para olfatearme, temo que me engulla, pero recuerdo que sólo soy un muñeco de trapo, insípido hasta para el hambre de este animal, que se aleja sin nada.

Así paso la noche con el cuerpo torcido, sin que alguien me recoja. Allá arriba las nubes atraviesan la luna y me pongo a pensar en lo que haría si mi voluntad tuviera fuerza: sin duda me pondría de pie de un brinco, me sacudiría las hormigas, que ya empiezan a subírseme y escalaría por la pared hasta la ventana, de ahí me le aventaría al beodo y lo ahorcaría con mis cuerdas, de tal manera que sufriera lo mínimo, porque me gustaría ser piadoso; él lucharía sin duda, y yo al oído muy despacito: “cálmate, no hagas ruido, sólo te libero de la tristeza de tu ficción”. Tal vez después probaría el aguardiente en su honor y saldría a terminar con la violencia, a apagar las máquinas, a enamorar doncellas y a componer hermosas odas que merecieran el aplauso y la contemplación de los hombres. Volaría como las golondrinas, nadaría como los peces. Sería libre, libre.

Pero no, el sol empieza a salir, quiero imaginarme que es el trabajo de los utileros, y que no es un astro lejano que entra y sale todos los días con absurda exactitud. Hordas de hombres empiezan a salir de sus guaridas, pasan a mi lado y no advierten mi presencia, no ven que estoy herido y que mis cuerdas necesitan mantenimiento, y limpieza mis ropitas percudidas.

Hasta que un grupo de infantes me descubre, juegan a ver quién se queda conmigo, me jalan las cuerdas, mis extremidades maltrechas, pero al final deciden que no he de ser de nadie. Me conducen a un terreno baldío aventándome de uno a otro por los aires; me conducen por un sendero rodeado de desperdicios. En una barda podrida por la humedad logran con mucho trabajo que me sostenga en mis piecitos, con la espalda recargada en la pared. Y los niños juegan a fusilarme a pedradas, y ni siquiera preguntan mi última voluntad, pediría que montaran un escenario con aquel huacal, que el telón fuera aquel andrajo, las butacas esas piedras, y que contemplaran mi último espectáculo, que aplaudieran; luego entonces que hagan lo que quieran. Pero no, recibo las pedradas por doquier, me patean, me humillan, no se hartan. Por último, uno de estos bárbaros prende un cerillo y me hace arder, empiezo a consumirme. Entonces se hace el milagro: escucho sus aplausos, sus gritos de júbilo, me aclaman.
*Esta es una de tantas versiones de este cuento que aún no redondeo. Uno de sus puntos más flacos es precisamente el título (se aceptan sugerencias).

Crates


Empiezo a llamarme Crates. Después de una relación amorosa que ha movido mis cimientos como artista. El sobrenombre viene de un cuento de Schwob que recrea precisamente la vida del filósofo cínico Crates. Pues bien... se trata de escribir, con el nombre que sea.
Foto: Perla o Hiparquia

Vuelta

No es aquella revista de Octavio Paz ni mucho menos. Sólo es el tardío regreso de Escritorcito. Trastabillando apenas regreso a este blog. Reparto aire aquí y allá con mis labios resecos para quitar el polvo, las telarañas, de estas antiguas letras. Ojalá persistan lector@s, si no habrá que buscar otr@s.

Enhorabuena, y ojalá aún palpite mi voz...