Es este un cuento por entregas, aquí la primera parte:
Estaba sola en el elevador. Vestía una gabardina negra. Se vio maquillada exageradamente en el reflejo distorsionado de su cara en las paredes metálicas. Los números que indicaban el ascenso en los pisos se iban iluminando progresivamente. Se detuvo en el último nivel, el 35. Las puertas se abrieron: era un amplio pasillo con lámparas incandescentes en el techo que alumbraban tibiamente. Al final una puerta blanca. Caminó, acaso los tacones le lastimaran. Sólo el ruido de sus pasos y el sonido de la resistencia de las lámparas. Tocó la puerta con sus nudillos. Una, dos, tres veces. Vio anillos en sus dedos, anillos que no había visto nunca. Escuchó pasos del otro lado. Corrieron el cerrojo y abrieron. Era un tipo alto y gordo, sin camisa, pantalón de vestir. Tenía vello en el pecho, el cabello despeinado. Una copa en una de las manos. El hombre se tambaleaba de aquí para allá.
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