jueves, agosto 18, 2005

kierkegaard

Ayer leí aforismos de Kierkegaard mientras viajaba en el metro de la ciudad de México. Era de noche y el tren semivacío recorría la calzada de tlalpan con un ruído monótono. Las frases de Kierkegaard eran madrazos que me sacudían, madrazos que me hacían despegar los ojos del libro. Y entonces me puse a observar a mis contemporáneos. Iban tan ajenos de lo que leía: oficinistas hojeando el periódico, estudiantes que iban riendo y aventándose unos a otros, señoritas de traje sastre cabeceando por el sueño... Y yo quería pararme y decir: vean lo que estoy leyendo, escuchen esto.
Qué extraña necesidad de hacer colectiva una experiencia individual.
Ahora lo hago. Lean a Kierkegaard:

¡Qué vacía y carente de sentido está la vida! Entierran a un hombre; le siguen hasta el sepulcro y le echan tres paletadas de tierra; se sale en el coche y se regresa en él, consolándose con la creencia de que se tiene por delante una vida larga. ¿Cuánto es siete por diez años? ¿Por qué no se resuelve eso de una vez, por qué no se queda uno fuera y le acompaña al sepulcro y se echa a suertes a ver quién ha de ser el desgraciado que viva el [sic] último y eche las tres últimas paletadas sobre el último muerto?
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Los hombres son absurdos. Jamás emplean las libertades que tienen, sino que exigen las que no tienen. Tienen libertad de pensamiento y exigen libertad de expresión.
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¿Qué es un poeta? Un hombre desgraciado que oculta penas hondas en su corazón, pero cuyos labios están hechos de tal manera que los gemidos y los gritos, al salir por ellos, suenan como una música bella. le pasa lo que a la infeliz víctima atormentada a fuego lento dentro del toro de Fálaris: sus gritos no podían llegar a los oídos del tirano para aterrorizarle; para él sonaban como música dulcísima. Y los hombres se congregan alrededor del poeta y le dicen: "¡Pronto, canta otra vez!". Es decir, que tu alma sea víctima de nuevos sufrimientos, pero que tus labios sigan siendo los de antes. Porque los gritos nos asustarían, pero la música es suave. Y van los críticos y dicen: "Eso es; así debe ser según las reglas de la estética". Ahora se comprende: un crítico se parece a un poeta como una gota de agua a otra; pero aquel, en cambio, no tiene penas en su corazón ni música en los labios. He aquí por qué yo prefiero ser un pastor de cerdos en Amagerbro y ser entendido por éstos, a ser poeta y no ser comprendido por los hombres.
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