Iré a tomar café con Él, pensó ella.
Pero ¿quién era "Él"?
¿El hombre calvo que hojeaba el periódico en la banca, tapizada con caca de paloma? ¿El repartidor de pizzas que golpeaba con los nudillos un portón oxidado?
¿El poeta que vendía sus poemas en el kiosco a los paseantes?
No, Él era simplemente Él, tan simple como eso.
Así que ella gritó con todo la fuerza de la que era capaz el aire de sus pulmones: "Él". Voltearon algunos, sí, pero no por reconocer su nombre en el grito, sino porque por lo general un grito no pasa desapercibido, antes, más bien, altera el orden publico.
Pero Él era simplemente él. La enorme diferencia de una minúscula.
él era apenas un pinche escritorcito... mediocremente él.
pinche escritorcito desconfiaba de Ellos y Ellas. Sabía que cada uno de los seres humanos que pueblan este planeta están tan lejos entre sí como lo está una galaxia de otra. ella también lo sabía... pero le gustaba darse cuenta de ello. Una y otra vez gritaba, en las plazas públicas, en las oficinas de gobierno, en las reuniones de trabajo: "Él". Pero la respuesta no venía, no de Él, por lo menos. Apenas escasas y débiles respuestas de ellos.
Ergo... él y ella no podían estar juntos, porque dentro de sus imaginaciones épicas, la unión sólo podía darse si sus nombres empezaban con mayúscula.
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