viernes, agosto 26, 2005

amores perros

Me siento romántico, demasiado romántico. Tanto como este poema que se cruzó en mi vida hace algunos meses.


Atraidos por el olor a sangre de sus entrañas
los cachorros siguen a la perra en celo como si fuesen el séquito
de una reina negra, y la olfatean en un movimiento impúdico
que tal vez merece ser llamado de amor.
La perra finge que la persecución la incomoda
y hace carantoñas como las mujeres cortejadas.
Un olor penetrante de vida la acompaña
entre dos soles que limitan el paso del día.
De noche, cuando la encierran en el granero,
los cachorros quedan afuera, desolados y fieles.
Y sus quejidos en la oscuridad nos enseñan
que el amor es una pasión inútil, una puerta cerrada.
Lédo Ivo

jueves, agosto 25, 2005

cigoto 2

-Yo...
-Pasa -interrumpió el hombre- eres puntual. Tal vez te sobre algo de cadera, pero eres puntual y eso me gusta.
Estaba oscuro ahí dentro. Sólo la pobre llama de una vela iluminaba escasamente el departamento, lo suficiente, al menos, para no tropezar con los muebles. La música de un violín llegaba de algún lugar, imposible descifrar exactamente de dónde. Un ventanal permitía ver la enormidad de una ciudad cada vez más ajena a sí misma: múltiples luces extendiéndose más allá de lo humano.
-¿Whiskey? -preguntó el hombre, apenas una silueta que extendía el brazo con una copa entre los dedos.
-No, no bebo -dijo la mujer, tratando de ubicar los espacios en el departamento. ¿Era un perchero esa cosa en el rincón?
-Bébelo -ordenó el hombre, luego suavizó el tono- eres mi invitada.

chichiltic

chichiltic quenin eztli, ese soy yo...

tan rojo como la sangre.

miércoles, agosto 24, 2005

cigoto

Es este un cuento por entregas, aquí la primera parte:
Estaba sola en el elevador. Vestía una gabardina negra. Se vio maquillada exageradamente en el reflejo distorsionado de su cara en las paredes metálicas. Los números que indicaban el ascenso en los pisos se iban iluminando progresivamente. Se detuvo en el último nivel, el 35. Las puertas se abrieron: era un amplio pasillo con lámparas incandescentes en el techo que alumbraban tibiamente. Al final una puerta blanca. Caminó, acaso los tacones le lastimaran. Sólo el ruido de sus pasos y el sonido de la resistencia de las lámparas. Tocó la puerta con sus nudillos. Una, dos, tres veces. Vio anillos en sus dedos, anillos que no había visto nunca. Escuchó pasos del otro lado. Corrieron el cerrojo y abrieron. Era un tipo alto y gordo, sin camisa, pantalón de vestir. Tenía vello en el pecho, el cabello despeinado. Una copa en una de las manos. El hombre se tambaleaba de aquí para allá.

lunes, agosto 22, 2005

deja vu 2

Hoy una mujer tuvo un deja vu frente a mí...

domingo, agosto 21, 2005

deja vu

Hoy una mujer tuvo un deja vu frente a mí. Tomábamos café, hablábamos de orgasmos y de quiénes, hombres o mujeres, disfrutan más durante el coito. De pronto dijo, con un tono parecido al de la satisfacción: "¡Deja vu!, ¡deja vu!". Todo ello, como he dicho, frente a mí. No pude hacer menos que tirar el café sobre la mesa.
¿Así que yo estuve con ella dos veces y ella conmigo sólo una vez? ¿Es eso justo?
¿Fue ese deja vu un acto amoroso?
Como sea, con gusto volvería a tirar el café.

sábado, agosto 20, 2005

sueño con mujer y epílogo inconcluso (incierto)

Soñé que caminaba con una mujer por calles peligrosas y mal iluminadas. Me sentía, lo recuerdo bien, obligado a cuidarla. Y, demonios, me sentía bien con ello. Llegamos a una calle repleta de amenazantes perros bravos. Había que cruzar por ese lugar si se quería poner a salvo el pellejo. Los perros ladraban, enseñaban los colmillos, los belfos babeantes. El sueño, pues, consistía en sacar a la mujer de ahí, llevarla a salvo del otro lado de la perra calle. Recuerdo que daba brincos enormes con ella en mis brazos. Los perros mordían mis piernas. Sangraba. Y mis brincos sobrepasaban los cables de la energía eléctrica.
No recuerdo si logré sacarla de ahí. Pero ¿qué carajos nos mueve a dar brincos que superan toda lógica de las posibilidades del cuerpo humano y dejar que perros rabiosos muerdan nuestras extremidades? ¿Para qué?
Y finalmente no saber si nos pusimos a salvo.

jueves, agosto 18, 2005

virtud y sentido (quizá no sé)

¿Por qué las relaciones humanas me dejan una sensación de vacío?
He llegado a pensar que tengo la "virtud" de ver cosas que los demás no ven. Cuán alegre miopía experimenta el resto de los hombres. O acaso el miope sea yo. En fin, no recuerdo grandes temporadas en las que no me sienta yo un ser aislado, incomprendido. Por eso soy un tipo callado. Porque estoy pensando en la pequeña mancha de la pared. Porque mi mente está activa en todo momento. Porque las preguntas son el filtro con el que miro el mundo.
Escribo buscando un sentido, pobres ambiciones. Una palabra, luego la otra. abcd... es grave todo esto: un escritor que desconfía de los medios que tiene a su alcance para hacerse entender. Pero que, paradojicamente, usa esos medios para hacer tangible esa incapacidad.
Bah, supongo que no cambia las cosas que piense en ello o que no.
Más Kierkegaard, lo siento:
¿Qué sentido tiene esta vida? Si se divide a la humanidad en dos grandes grupos, puede decirse que uno trabaja pra vivir y que el otro no tiene necesidad de trabajar. Pero el trabajar para vivir no puede ser el sentido de la vida, puesto que es una contradicción el decir que proporcionar constantemente las condiciones sea la respuesta a la pregunta sobre su sentido, que con ayuda de ellas ha de condicionarse. La vida de los demás en general tampoco tiene más sentido que la de devorar las condiciones. Si se quiere decir que el sentido de la vida es morir, me parece de nuevo una contradicción.

kierkegaard

Ayer leí aforismos de Kierkegaard mientras viajaba en el metro de la ciudad de México. Era de noche y el tren semivacío recorría la calzada de tlalpan con un ruído monótono. Las frases de Kierkegaard eran madrazos que me sacudían, madrazos que me hacían despegar los ojos del libro. Y entonces me puse a observar a mis contemporáneos. Iban tan ajenos de lo que leía: oficinistas hojeando el periódico, estudiantes que iban riendo y aventándose unos a otros, señoritas de traje sastre cabeceando por el sueño... Y yo quería pararme y decir: vean lo que estoy leyendo, escuchen esto.
Qué extraña necesidad de hacer colectiva una experiencia individual.
Ahora lo hago. Lean a Kierkegaard:

¡Qué vacía y carente de sentido está la vida! Entierran a un hombre; le siguen hasta el sepulcro y le echan tres paletadas de tierra; se sale en el coche y se regresa en él, consolándose con la creencia de que se tiene por delante una vida larga. ¿Cuánto es siete por diez años? ¿Por qué no se resuelve eso de una vez, por qué no se queda uno fuera y le acompaña al sepulcro y se echa a suertes a ver quién ha de ser el desgraciado que viva el [sic] último y eche las tres últimas paletadas sobre el último muerto?
*****
Los hombres son absurdos. Jamás emplean las libertades que tienen, sino que exigen las que no tienen. Tienen libertad de pensamiento y exigen libertad de expresión.
*****
¿Qué es un poeta? Un hombre desgraciado que oculta penas hondas en su corazón, pero cuyos labios están hechos de tal manera que los gemidos y los gritos, al salir por ellos, suenan como una música bella. le pasa lo que a la infeliz víctima atormentada a fuego lento dentro del toro de Fálaris: sus gritos no podían llegar a los oídos del tirano para aterrorizarle; para él sonaban como música dulcísima. Y los hombres se congregan alrededor del poeta y le dicen: "¡Pronto, canta otra vez!". Es decir, que tu alma sea víctima de nuevos sufrimientos, pero que tus labios sigan siendo los de antes. Porque los gritos nos asustarían, pero la música es suave. Y van los críticos y dicen: "Eso es; así debe ser según las reglas de la estética". Ahora se comprende: un crítico se parece a un poeta como una gota de agua a otra; pero aquel, en cambio, no tiene penas en su corazón ni música en los labios. He aquí por qué yo prefiero ser un pastor de cerdos en Amagerbro y ser entendido por éstos, a ser poeta y no ser comprendido por los hombres.
*****

placebo (vómito amante)

La historia de mis noviazgos está llena de frustraciones. Salvo contadas excepciones he podido comunicarme con alguna de mis mujeres.
Casi siempre he tenido la sensación de que "eso" no es para mí...
Voy por la vida, por el metro, por la calle... buscando una mujer que sea para mí. Una mujer que me haga pensar: esto soy yo y lo que deseo.
Tengo derecho a ser cursi, reclamo ese derecho
Quiero una mujer en la que pueda pasarme media hora en su entrepierna y el resto del día descubriendo algo tan romántico como su esencia.
Quiero una mujer que no sea de mi propiedad, que yo no le pertenezca. Quiero que nuestras libertades se unan.
Soy un romántico y creo en la libertad... y a veces también en el amor.
Sólo a veces, porque la mayor parte del tiempo lo niego. Lo desprecio por su carácter placébico... Una inyección de agua pasada por antibiótico. Una inyección de nada pasada por esperanza, eternidad...
Quiero decir que empecé a escribir esto para que alguna mujer lo leyera y me escribiera: yo soy.
Soy yo, imbécil, cesa tu búsqueda.
cuál búsqueda.
del amor.
Pero ahora, le daría una bofetada y le escupiría el rostro: tú no existes, perra, eres un placebo, un producto de la sugestión. Ni tú ni tu vagina existen...

miércoles, agosto 17, 2005

zotehuelas mares y sueños

Soñé que en la zotehuela de mi casa estaba el mar, o algo parecido. Ahí estaba, frente a mí, enorme y profundo.
¿Por qué demonios no me pareció aquello extraño?
Tuve que aventarme a las bellas, pero peligrosas aguas para salvar dos pastillas de jabon zote. Una empresa heroica si consideramos que no sé nadar (ni en sueños).
Fue entonces que comprendí que todo era un sueño, que no había necesidad de nadar. Me levanté y caminé por la superficie del líquido. Sabiendo que no me hundiría.
Un breve dios que camina sobre el agua.
Porque desperté.
¿La vida está llena de ideales que jamás se cumplen?

jueves, agosto 11, 2005

ermitaño

La extrema lucidez aleja de los hombres. Y de las mujeres, por cierto.
Quiero ser un ermitaño. Eso es lo que tengo reservado para mí.
Seré un ermitaño de 45 años que las estudiantes jóvenes de literatura buscarán para ofrecer sus cuerpos esbeltos a cambio de disertaciones literarias, de sentencias graves y prfundas. No les importara mi olor a orines ni mi barba cana y puerca, mis cabellos largos y mal cuidados. Viviré en una combi y tendré amigos que habrán dedicado sus vidas a acumular riquezas, que me llevarán quesos europeos y vinos de excelente hechura. Estacionaré la combi fuera de un sanborns para poder defecar cada que se me venga en gana. Embarraré mierda con los dedos en las paredes lustrosas de los sanitarios blancos con frases contundentes y agudas.
Y volverán de nuevo las estudiantes, las jóvenes semivirgenes que se masturbarán frente a mí.
Y moriré viejo y olvidado.
Sí, seré un ermitaño.

miércoles, agosto 10, 2005

minúsculas

Iré a tomar café con Él, pensó ella.
Pero ¿quién era "Él"?
¿El hombre calvo que hojeaba el periódico en la banca, tapizada con caca de paloma? ¿El repartidor de pizzas que golpeaba con los nudillos un portón oxidado?
¿El poeta que vendía sus poemas en el kiosco a los paseantes?
No, Él era simplemente Él, tan simple como eso.
Así que ella gritó con todo la fuerza de la que era capaz el aire de sus pulmones: "Él". Voltearon algunos, sí, pero no por reconocer su nombre en el grito, sino porque por lo general un grito no pasa desapercibido, antes, más bien, altera el orden publico.
Pero Él era simplemente él. La enorme diferencia de una minúscula.
él era apenas un pinche escritorcito... mediocremente él.
pinche escritorcito desconfiaba de Ellos y Ellas. Sabía que cada uno de los seres humanos que pueblan este planeta están tan lejos entre sí como lo está una galaxia de otra. ella también lo sabía... pero le gustaba darse cuenta de ello. Una y otra vez gritaba, en las plazas públicas, en las oficinas de gobierno, en las reuniones de trabajo: "Él". Pero la respuesta no venía, no de Él, por lo menos. Apenas escasas y débiles respuestas de ellos.
Ergo... él y ella no podían estar juntos, porque dentro de sus imaginaciones épicas, la unión sólo podía darse si sus nombres empezaban con mayúscula.

lunes, agosto 08, 2005

sonata claro de luna

Léase con la ídem del bueno de Betoven

El hombre oprimió la tecla plei, seguido del botón ripit y la música de Betoven llenó el cuarto. Cerró los ojos para entrar al mundo que le sugería lo que escuchaba y recargó la cabeza en la almohada. Con el índice llevaba el ritmo, con la otra mano buscaba el cuerpo de la joven. Por fin las presiones de la cámara lo dejaban tranquilo. Unas horas antes, la oposición había tomado la tribuna y por poco impedía la votación, pero al final el asunto se resolvió favorablemente; además, su discurso fue de los más aplaudidos por el partido: “Compañeros diputados…”

Sintió el dulce contacto de sus dedos con la cabellera negra, estaba alegre de tener ese cuerpo tan cerca de él. Gracias a Dios, pronunció en voz baja, casi rezando, en dirección al cielo.

La había encontrado con la tarde moribunda. El paseo de la reforma era una larga recta de automóviles, árboles, luces y personas. Le habría gustado que la carretera estuviera libre, sin la inoportuna presencia de 20 millones de hijos de la chingada. Entonces vio a la joven caminar por la banqueta, mover rítmicamente las caderas. Aún tenía los músculos del cuello doloridos por los embates de la oposición que lo acusaban a él y a su partido de traición a la patria. El recuerdo del escupitajo de otro diputado resbalándole por el cachete y parte de la oreja le hacía apretar con fuerza el volante. Tras pensarlo un poco, dio vuelta en la primera esquina para encontrarla de nuevo e invitarla a subir. Le llamaron la atención las colas de caballo, una en cada lado de la cabeza, la falda corta, las calcetas blancas apenas hasta los tobillos. Ella se fijó en las vestiduras del automóvil, en la pintura impecable. Luego inspeccionó al hombre que conducía: no menor de 45 años, barba de candado minuciosamente cortada; lo juzgó inofensivo por haberlo visto dos o tres veces en algún noticiero opinando sobre asuntos de prioridad nacional. Me pedirá, cuando mucho, que se lo chupe, pensó la joven al sentir la cómoda primera experiencia de los asientos de piel de un cádilac en la espalda.

Se levantó de la cama, fue a la cantina y sirvió dos güiskis en finas copas de cristal cortado. El suyo lo bebió rápido, el de la joven lo puso sobre el mueble de caoba. Se sirvió otro, esta vez con un poco de hielo.
- Los escoceses son unos imbéciles que usan falda, pero hacen el mejor güisqui del mundo. Bébelo con calma.
- …
- ¿No es maravillosa la música?
- …
- Siéntela. Deja que las notas te conduzcan a lugares increíbles. Ahora veo un bosque. Un enorme bosque: imagina árboles, senderos marcados en el pasto. Nosotros estamos ahí, corremos tomados de la mano, desnudos. ¿Puedes ver ese verde tan intenso?
- …
-Se oye una cascada, pero no podemos verla, sólo nos llega el rumor que la brisa trae hasta nuestros oídos. El sonido nos conduce por una pradera hermosa, orgullo de la mano de Dios. Hay animales que nos observan, testigos de nuestra búsqueda. Fíjate ahí, sobre aquel árbol, va una hormiga cargando un pétalo. La luz se cuela entre las hojas de los árboles. Todo es tan claro. Buscamos el agua porque nos parece el mejor lugar para hacer el amor. ¿Puedes escucharla?
- …
- Pero cierra los ojos. Se imagina mejor si se mantienen unidos los párpados.
- …
- Cierra los ojos.
- …
- Cierra los putos ojos.
El hombre recordó a la oposición tomando la tribuna, llenando el lugar de pancartas. Jaló aire, sintió que el pecho se le inflaba. Hizo pasar el güisqui por su garganta. Trituró el hielo con los dientes.
-Obedéceme, por favor. No me hagas perder los estribos.
Acarició con ternura el brazo de la joven.
- Por Dios, cierra los ojos.
Pero ella no los cerraba, a pesar del esfuerzo por unirle los párpados.
El timbre del celular, sobre el buró, sonó. Iba a ignorar la llamada, pero tuvo que contestar al ver el identificador.
- Enseguida estoy contigo –dijo a la joven, luego contestó el soni ericson.
- Sí licenciado… Claro, para eso estamos los amigos… Nada más dame dos horas, es que estoy acompañado… Cuenta conmigo licenciado.
El licenciado era la persona más cercana al presidente de la república, por lo tanto todos los miembros del partido le debían una lealtad absoluta. Sobre todo el hombre, porque había sido recomendado por él, hacía más de una década, con los dirigentes del partido. Quedarle mal era un lujo que no podía permitirse. Pero no todo era un afán burocrático, porque pasaban largas tardes juntos en compañía de los mejores vinos, disfrutando la música de los clásicos, mientras alguna mujer, casi siempre menor de 20 años, se metía alternadamente los penes de uno y otro hasta hacerlos eyacular, por lo común al final de una sinfonía. El gusto por las mujeres, el vino y la música los unía tanto como los viejos códigos de la política.
Cortó la llamada. Tarareó a Betoven mientras se desabrochaba el cinturón y dejaba caer sobre sus tobillos el pantalón armani. Contempló, con pasión artística, la desnudez de la joven que enseguida le provocó una erección. Parecía utópico abrirle las piernas, pero al final lo consiguió. El tiempo es irrevocable, pensó al recordar una frase de algún escritor francés. Era imposible, estaba seca como papel de lija.
-Soy un hombre razonable, pero no voy a tolerar caprichos –dijo al untarse lubricante, luego se subió encima y realizó movimientos pélvicos rápidos y precisos.
- Te gusta eh, perra.
- …
Cuando terminó, observó detenidamente el rostro de la joven. Acarició la barbilla y disfrutó la textura del hematoma que se extendía hasta el nacimiento de los labios. La boca ligeramente abierta. Le hizo gracia el hueco que había dejado uno de los dientes superiores. Hizo avanzar la mano hacia la nariz, se cuidó de no derramar la sangre encerrada en un coágulo que se asomaba por una de las fosas nasales. La línea curva del tabique hasta la frente. Delineó ochos con el índice alrededor de los ojos morados.
-¿Así que te subes al carro de cualquier desconocido, eh puta?
Tomó de los cabellos la cabeza de la joven y le propinó puñetazos. Cuando le dolieron los nudillos, siguió empeñado en la cabeza, pero ahora contra la pared color marfil.
-Mierda –dijo cuando un mechón se desprendió del cuero cabelludo y no pudo seguir sujetándola.
Exhausto, se dejó caer sobre el sillón de piel. Betoven no lo miraba, pero estaba ahí, arrojando las notas por las bocinas del panasonic.

- Bueno, es una pena que tengas que irte –dijo el hombre en el momento en que se echaba el cuerpo de la joven al hombro- pero soy una persona importante y ya no puedo atenderte como se espera que lo haga un caballero.
Bajó las escaleras con algún trabajo, pensó que tenía que hacer ejercicio. Betoven, a lo lejos, seguía sonando. Puso el cuerpo sobre el suelo y abrió la puerta, luego lo arrastró hasta el jardín.
- El sol empieza a ocultarse. Ya no corremos buscando el agua, escapamos de la oscuridad que se está comiendo el bosque. Hay un precipicio. Tú tienes miedo. Yo te digo que confíes en mí, que hay que brincar…
El hombre dejó esperando a la joven y fue a la parte trasera del jardín; regresó con una pala. Empezó a cavar.
- No quieres hacerlo. Yo insisto en que tienes que confiar en mí. Retrocedemos un poco para tomar impulso, luego saltamos. Pero en el último momento te resistes y eso es imperdonable. Tal vez puedas sacar una lección. Tal vez… De todos modos, a donde llegues, mis mejores deseos son para ti.

La sangre y la tierra habían creado una mezcla que se escurría con el agua tibia de las manos y el rostro del hombre. Las figuras de peces en la cortina del baño y la música de Betoven le germinaron un ambiente marino en la mente. Apenas tenía tiempo para llegar a su cita. Escogió el mejor traje y se sintió alegre cuando vio su imagen impecable en el espejo. Fue hacia la habitación y apretó la tecla estop del panasonic, Betoven volvió a la tumba.
Tomó las llaves del cadilac 67 y salió a la calle. Volteó hacia la noche estrellada y le pareció que la luna estaba tan cerca de él que podía tocarla con sólo levantar el brazo.

viernes, agosto 05, 2005

greña

"Péinate", me dicen todos aquellos que tienen la confianza de importunarme con mi higiene personal. Claro, a veces no es posible sonreír ante una estupidez semejante. ¿Qué importa si mi cabello crece cual verdolaga, si lo que soy no puede ser alterado por ningún peluquero?
Claro, es una visión romántica del escritor, pero en verdad no me importa mi cabello sino en el sentido de que es una metáfora de mi estilo de vida, de la manera en la que opera mi mente. Soy un ser enteramante disperso. Mi cabello soy yo.
Como Sansón.