jueves, diciembre 08, 2005

pinche loco

Odio a los locos, carajo, cómo los odio.
Jueves por la mañana. Viajaba en el sistema de transporte colectivo, dentro de una enorme estructura fálica que penetraba la tierra. Los rostros somnolientos de los pasajeros, los vendedores ambulantes repitiendo sin fin un mismo mensaje, rostros anónimos que no han de reencontrarse jamás.
Viajaba en una línea no muy concurrida, si se era un poco paciente se podía conseguir un asiento tranquilamente; uno casi podía tirarse un pedo sin molestar a nadie, las piernas podían estirarse. Casi diría que era confortable el viaje.
De pronto, un gemido rompió el silencio -en este contexto, llamo silencio al ruido que hacen los motores de los trenes y que la costumbre ha ido suavizando hasta apagarlo-, era un anciano que permanecía en cuclillas, recargado en la puerta.
Odio a los locos.
Los pasajeros quisimos aparentar que nada había ocurrido, que no había ningún anciano, ningún gemido, sólo el rodar de los neumáticos sobre los rieles. Pero era imposible no notarlo, no molestarse, no perder la paciencia ante ese miserable; se levantaba, gemía, babeaba, corría -anciano, sí, pero con el vigor que le daba un cerebro absolutamente transtornado- de un extremo al otro del tren. Quién sabe qué extraña tragedia, qué eterna cólera estaría representando una y otra vez en su mente.
Odio a los locos porque ante ellos estoy indefenso, porque su lógica es impredecible. Porque ante ellos no puedo ser inteligente.
Entiendo que los artistas somos parecidos a los locos, pero nuestras creaciones siempre controlan la esquizofrenia; creamos mundos paralelos, pero entendemos que es ficción, son pretextos casi siempre para referirse al mundo este, en el que nos desplazamos, soñamos, bebemos; este mundo en el que más o menos los seres humanos pueden al menos señalar al mismo árbol, al mismo automóvil, hablar de lo mismo, aunque cada quien llegue a conclusiones distintas y hasta encontradas.
Pero los locos no.
Odio a los locos porque hacen cimbrar los conceptos con los que con tanto ahínco el hombre ha levantado monumentos, ciudades y naciones.
El pinche anciano loco se bajó dos estaciones antes que yo, y, por fin, pude suspirar tranquilo porque el mundo, las cosas, habían vuelto a su cauce normal y lógico. La razón había vencido.

1 comentario:

Maxita dijo...

no sé, en realidad, de que lado me encuentro....