jueves, diciembre 07, 2006

ciudad oasis

El capricho de una ciudad idiota me había tirado en el suelo de la explanada del palacio de bellas artes. era como estar muerto, entre gente que fotografiaba los monumentos y esculturas, sonreían, paseaban; era también como estar solo, sumido en una contemplación dolorosa por indiferente. Era la certeza de que nada habría de ocurrir, no habría vínculos y la vida seguiría siendo el ruido de automóviles echando humo y frases en tinta negra nacidas por el desconsuelo.

Un hombre me ofreció un papel, por un momento imaginé que se convocaba a una revolución, que habría putazos, escándalo, metralletas, tanquetas, muertes heroicas y al fin se apagaría el ruido de las máquinas, sus carcajadas; pero no el mensaje en el papel algo quería venderme, lo arrugué sin furia, nada me decía.

Tampoco habría una mujer. Todas iban del brazo de hombres que sonreían estúpidamente. La felicidad no es otra cosa que el grado máximo de la estupidez, pero eso no se sabe hasta después, cuando se ha dejado de ser feliz, eso lo sabe todo el mundo y se enuncia a menudo. Pero, cómo se ansía entonces la estupidez o su gemela la inconsciencia. El alivio de no poder darse cuenta.

Anochecía ya, con esa oscuridad que tanto gusta a los bohemios. Hombres y mujeres de buen gusto salían de bellas artes, algún concierto, algún libro, algún autor a punto de morirse; parecían haber disfrutado el espectáculo, la mayoríallevaba en el rostro la expresión de quien ha sido engañado, víctima de una mentira piadosa. El mundo no es bello, debí gritarles a aquellos idiotas, quizá lo hubiera hecho de no comprender y envidiar su estado. La explanada con mármol o algún material similar era un oasis, con monumentos históricos, iluminación artística y paseos mientras llegaba la noche. Un oasis.

Y yo me esforzaba por aferrarme a alguna esperanza. Una mujer me sonrió, pero era una estratagema ruin para que le tomara una foto junto a su amante. Los dos sonrieron y la luz del flash se encargó de capturar la realidad, el instante, para posteriores recuerdos y engaños. Poco tuve que ver con ello, sólo accioné el obturador.

A lo lejos alguien reía, sin control, entre un grupo de amigos que lo secundaban. Tal vez era hora de irme esperaba el oasis de la comodidad de un colchón, un televisor y algún pedazo de carne sazonado a fuego lento.

Sí, era tarde y no había llegado una mujer que me sembrara inconsciencia, que me hiciera sonreír por las plazas públicas y me hicieran contemplar el oasis como la esencia del mundo.... pese a que el mundo se desmorone aquí y allá.

Ciudad, arrójame a otro punto. A donde no desee yo nada.

martes, octubre 24, 2006

fin de cuento inconcluso (inescribible)

Era la espalda como un incesante mar, con pliegues de olas que eran los omóplatos desnudos, con remolinos de delgados vellos que aparecían a fuerza de tanto abrir las pupilas. Un mar profundo y oscuro, inabarcable. Rubio acaso fuera un naúfrago incapaz en la balsa que era ese cuarto, de vez en cuando, como la oración inútil de quien está varado, una frase tecleada en la vieja máquina de escribir; frases que no traducían su pensamiento, vacías porque no establecían complicidad con nada, mucho menos con el cuerpo de la mujer que dormía, como a quinientos mil milímetros.
Una mujer semidesnuda, frente a él, como también la escritura, materializada en esa máquina infernal que mordía con su rodillo una hoja de papel bond.

lunes, octubre 16, 2006

somnífero palabra

Uno está quieto, sin querer nada del mundo, y de pronto llegan, a veces solas, a veces en parejas o parvadas. Esta ocasión fue "somnífero". Sin relación aparente con lo que me rodea, quisquillosa, con tan mal humor que me ha hecho escribir algunas líneas de sus "camaradas". Una revolución, planea una revolución, con todas las palabras que se han pronunciado sobre la tierra. Gema, zodiaco, germen, genocida, jardín, ametralladora, perro, babilonia, sobar, catarro, oscura. Me acosa la llegada de todas ellas, obedientes al llamado de una inconforme vagabunda resuelta a quedarse en mi cabeza. Más rápido, me ordena. Y yo escribo lodo, sombría, paraguas, estrella. ¿Por qué yo?, reacciono, busca a otro infeliz. Pero ya escribo grillete y látigo. Están aquí. Tal vez no quede otra alternativa que el suicidio, amputarse los dedos, o, si no resulta lo anterior, clausurar la luz de las neuronas dejando caer el cuerpo desde un octavo piso o soluciones otras -aquí es de gran ayuda la creatividad de cada uno.
Pero creo que todo es inútil, empiezan ya a juntarse en oraciones: la estúpida noche trae consigo el porvenir de las sociedades descompuestas en posibles teremotos. o: cuatromilquinientas voces levantan el día.
Que se vayan, suplico, pero somñifero no hace caso.

miércoles, septiembre 27, 2006

hagamos novela

Sí, una novela que recree esos momentos nocturnos de caminata, de oasis limpios y bien iluminados que son las tiendas departamentales esparcidas aquí y allá de las avenidas, de ese silencio que hay en el metro cuando el reloj está a punto de marcar las diez, de ese innoble pensamiento que alberga mi conciencia al mirar a una mujer hermosa y lejana caminar en sentido opuesto al mío.
Una novela como la vida misma, como mi propia vida, intraducible, inabarcable, como el tiempo que está por irse, de mis 25 años, mis pobres ansias y mis centímetros. ¿Qué me tiene que importar a mí los demás hombres, sus buenas o malas acciones, sus erecciones, sus lubricaciones, sus pasiones? ¿Cómo podría involucrarme si estoy en un limbo absoluto, con diminutos huecos por donde pasa la luz de algo que quién sabe si sea bueno. Querer comunicarse es como una masturbación colectiva.
Una novela en esos espacios de noche, tecleando miserablemente una máquina de escribir, con música rock como fondo y un foco inocente que alumbre esas páginas embusteras que cuentan lo que no existe. Una novela e instantes de amargura con un poco de canderel que es la literatura. Una novela, un consuelo.
Una novelita que nadie lea, que apenas una sonrisa, que ni siquiera una alegría. Nomás una novela como intento.
Hagamos novela.

viernes, agosto 18, 2006

neoliberalismo NO

Salvavidas de plomo
Texto publicado en La jornada el 18 de agosto de 2006. Es un buen ejemplo de cómo el capitalismo en su faceta más salvaje, el neoliberalismo, arrasa con los países de nuestra América Latina; México no es la excepción, tras el fraude electoral se vienen privatizaciones al por mayor y aún más miseria para la mayoría de la población. No sé cuántos lean esto, pero hay que pasar la voz, organizarse, resistir.

La historia se repite con la soya transgénica y la celulosa: glorias fugaces y desdichas largas
Eduardo Galeano

Según la voz de mando, nuestros países deben creer en la libertad de comercio (aunque no exista), honrar la deuda (aunque sea deshonrosa), atraer inversiones (aunque sean indignas) y entrar al mundo (aunque sea por la puerta de servicio).
Entrar al mundo: el mundo es el mercado. El mercado mundial, donde se compran países. Nada de nuevo. América Latina nació para obedecerlo, cuando el mercado mundial todavía no se llamaba así, y mal que bien seguimos atados al deber de obediencia.
Esta triste rutina de los siglos empezó con el oro y la plata y siguió con el azúcar, el tabaco, el guano, el salitre, el cobre, el estaño, el caucho, el cacao, la banana, el café, el petróleo... ¿Qué nos dejaron esos esplendores? Nos dejaron sin herencia ni querencia. Jardines convertidos en desiertos, campos abandonados, montañas agujereadas, aguas podridas, largas caravanas de infelices condenados a la muerte temprana, vacíos palacios donde deambulan los fantasmas...
Ahora es el turno de la soya transgénica y de la celulosa. Y otra vez se repite la historia de las glorias fugaces, que al son de sus trompetas nos anuncian desdichas largas.

¿Será mudo el pasado?
Nos negamos a escuchar las voces que nos advierten: los sueños del mercado mundial son las pesadillas de los países que a sus caprichos se someten. Seguimos aplaudiendo el secuestro de los bienes naturales que Dios, o el Diablo, nos ha dado, y así trabajamos por nuestra propia perdición y contribuimos al exterminio de la poca naturaleza que queda en este mundo.
Argentina, Brasil y otros países latinoamericanos están viviendo la fiebre de la soya transgénica. Precios tentadores, rendimientos multiplicados. Argentina es, desde hace tiempo, el segundo productor mundial de transgénicos, después de Estados Unidos. En Brasil, el gobierno de Lula ejecutó una de esas piruetas que flaco favor hacen a la democracia y dijo sí a la soya transgénica, aunque su partido había dicho no durante toda la campaña electoral.
Esto es pan para hoy y hambre para mañana, como denuncian algunos sindicatos rurales y organizaciones ecologistas. Pero ya se sabe que los paisanos ignorantes se niegan a entender las ventajas del pasto de plástico y de la vaca a motor, y que los ecologistas son unos aguafiestas que siempre escupen el asado.

Los abogados de los transgénicos afirman que no está probado que perjudiquen la salud humana. En todo caso, tampoco está probado que no la perjudiquen. Y si tan inofensivos son, ¿por qué los fabricantes de soya transgénica se niegan a aclarar, en los envases, que venden lo que venden? ¿O acaso la etiqueta de soya transgénica no sería la mejor publicidad?
Y sí que hay evidencias de que estas invenciones del doctor Frankenstein dañan la salud del suelo y reducen la soberanía nacional. ¿Exportamos soya o exportamos suelo? ¿Y acaso no quedamos atrapados en las jaulas de Monsanto y otras grandes empresas de cuyas semillas, herbicidas y pesticidas pasamos a depender?
Tierras que producían de todo para el mercado local, ahora se consagran a un solo producto para la demanda extranjera. Me desarrollo hacia fuera, y del adentro me olvido. El monocultivo es una prisión, siempre lo fue, y ahora, con los transgénicos, mucho más. La diversidad, en cambio, libera. La independencia se reduce al himno y a la bandera si no se asienta en la soberanía alimentaria. La autodeterminación empieza por la boca. Sólo la diversidad productiva puede defendernos de los súbitos derrumbamientos de precios que son costumbre, mortífera costumbre, del mercado mundial.
Las inmensas extensiones destinadas a la soya transgénica están arrasando los bosques nativos y expulsando a los campesinos pobres. Pocos brazos ocupan estas explotaciones altamente mecanizadas, que en cambio exterminan los plantíos pequeños y las huertas familiares con los venenos que fumigan. Se multiplica el éxodo rural a las grandes ciudades, donde se supone que los expulsados van a consumir, si los acompaña la suerte, lo que antes producían. Es la agraria reforma: la reforma agraria al revés.

La celulosa también se ha puesto de moda, en varios países. El Uruguay, sin ir más lejos, está queriendo convertirse en un centro mundial de producción de celulosa para abastecer de materia prima barata a lejanas fábricas de papel.
Se trata de monocultivos de exportación, en la más pura tradición colonial: inmensas plantaciones artificiales que dicen ser bosques y se convierten en celulosa en un proceso industrial que arroja desechos químicos a los ríos y hace irrespirable el aire.
Aquí empezaron siendo dos plantas enormes, una de las cuales ya está a medio construir. Luego se incorporó otro proyecto, y se habla de otro y de otro más, mientras más y más hectáreas se están destinando a la fabricación de eucaliptos en serie. Las grandes empresas internacionales nos han descubierto en el mapa y se han brotado de súbito amor por este Uruguay donde no hay tecnología capaz de controlarlas, el Estado les otorga subsidios y les evita impuestos, los salarios son raquíticos y los árboles brotan en un santiamén.
Todo indica que nuestro país chiquito no podrá soportar el asfixiante abrazo de estos grandotes. Como suele ocurrir, las bendiciones de la naturaleza se convierten en maldiciones de la historia. Nuestros eucaliptos crecen diez veces más rápido que los de Finlandia, y esto se traduce así: las plantaciones industriales serán diez veces más devastadoras. Al ritmo de explotación previsto, buena parte del territorio nacional será exprimido hasta la última gota de agua. Los gigantes sedientos nos van a secar el suelo y el subsuelo.
Trágica paradoja: éste ha sido el único lugar del mundo donde se sometió a plebiscito la propiedad del agua. Por abrumadora mayoría, los uruguayos decidimos, en el año 2004, que el agua sería de propiedad pública. ¿No habrá manera de evitar este secuestro de la voluntad popular?

La celulosa, hay que reconocerlo, se ha convertido en algo así como una causa patriótica, y la defensa de la naturaleza no despierta entusiasmo. Y peor: en nuestro país, enfermo de celulitis, algunas palabras que no eran malas palabras, como ecologista y ambientalista, se están convirtiendo en insultos que crucifican a los enemigos del progreso y a los saboteadores del trabajo.
Se celebra la desgracia como si fuera una buena noticia. Más vale morir de contaminación que morir de hambre: muchos desocupados creen que no hay más remedio que elegir entre dos calamidades, y los vendedores de ilusiones desembarcan ofreciendo miles y miles de empleos. Pero una cosa es la publicidad, y otra la realidad. El MST, el movimiento de campesinos sin tierra, ha difundido datos elocuentes, que no sólo valen para Brasil: la celulosa genera un empleo cada 185 hectáreas y la agricultura familiar crea cinco empleos por cada diez hectáreas.
Las empresas prometen lo mejor. Trabajo a raudales, millonarias inversiones, estrictos controles, aire puro, agua limpia, tierra intacta. Y uno se pregunta: ¿por qué no instalan estas maravillas en Punta del Este, para mejorar la calidad de vida y estimular el turismo en nuestro principal balneario?

lunes, agosto 07, 2006

fraude 2006

Es cada vez más evidente que hubo un fraude electoral en las elecciones presidenciales del 2 de julio. Científicos de varias universidades (la UNAM, sobre todo) han comprobado ya que los números dados por el IFE tanto en el PREP como en el propio cómputo distrital muestran la parcialidad de una institución que debería estar fuera de toda duda. Las ligas entre el consejero presidente y el candidato del PAN están a la vista de todo el mundo. Millones de personas nos manifestamos en la capital de la República en contra de esta simulación electoral. Pero aún así, la versión oficial sigue siendo que las elecciones fueron limpias. INCREIBLE. Las televisoras ponen a López Obrador como un mal perdedor que toma calles por simple capricho y a la vez se erige a Feli-pillo como un demócrata triunfador y pacífico. Esto es peligroso por varias razones, pero la más importante es que se está polarizando a la sociedad lo que irremediablemente terminará en violencia. Se quiere "construir" un país alterno en donde la mayoría de la gente no existe, pero a la que se quiere manipular por medio de spots televisivos y mentiras.
Felipe incitó a la violencia, al odio, al miedo durante su campaña política, pero, en esa misma dinámica, le será mucho muy difícil, sino imposible, detener el alud de suspicacias y opiniones en las que es, cuando menos, un farsante. La campaña publicitaria "si no votas, cállate", entre otras (tienes el valor o te vale), se le está revirtiendo a las televisoras pues fomentaron una participación que quieren contener.
Por otro lado, pasear por los campamentos en contra del fraude electoral, crea emociones distintas, por un lado se ve, por fin, a un pueblo participativo que da alegría, levanta la mano, opina; pero por otro hay una enorme inconformidad y frustración de ver que sus gritos no son escuchados por la clase política del país.
El tribunal electoral decide abrir sólo el 9% de las casillas, en una clara muestra de desprecio a lavoluntad de millones de personas, que no piden un absurdo, sino simplemente tener la certeza de que viven en una democracia, al menos una democracia de partidos. Con argumentos legaloides ofrecen una moneda de baja denominación y hacen crecer las suspicacias. Lo que ahora impera, entre la gente, es que ya todo está arreglado, el ife y el pan metieron las manos en las urnas que se van a contar voto por voto.
Vaya, ni siquiera los panistas se creen la limpieza en los comicios; he platicado con algunos panistas confesos (en realidad en contra de lópez obrador por la mierda que les metió la televisión) y dicen que no les importa el fraude, lo importante era ponerle piedras al señor lópez. Me impresiona ese argumento, porque me lo han dicho personas tan jodidas como yo.
Pero, me da alegría, sé que Felipe no podrá vender el país, si la gente sigue participando hasta ahora.
Por un frente anti-felipe.
Y por el voto por voto, casilla por casilla.

jueves, julio 27, 2006

más esencias

Estirar los brazos y no alcanzar las cosas

miércoles, julio 19, 2006

cuento (fuego ¿tiene fuego?)

Quizás sea demasiado pedir que alguien lea esta amasijo de palabras.
Yo, cumpli. Y se aceptan quejas y sugerencias, pues es un texto en proceso, todavía.
“¿Qué iba a decir? Es igual, diré otra cosa; todo es lo mismo.”
Samuel Beckett

Podía fumar ahí, sin duda, entre basura y coladeras. Pero no se trataba de eso. Nada mejor que la terraza, con la visión de una ciudad a sus pies, con sus luces y su espacio infinito; con los ruidos allá abajo, como ahogados: sirenas de ambulancia, cláxones, motores y algún arma de fuego, todo en una música caótica y bella; con esa brisa fría que agitaría el cabello como por debajo del agua, con el cielo lloviznando y el mundo en otro lado; el humo del cigarrillo elevándose, diríase casi por mandato divino. Sí, le bastaba sólo con estirar el brazo y alcanzar la cajetilla con tres o cuatro tabacos y la caja con un par de fósforos.
La luz del semáforo se puso en color rojo y Rubiao tuvo que pisar el freno de su automóvil, a pesar de que, enfrente, en el crucero, no había otras máquinas. Una voz en el radio daba la hora antes de citar frases de un libro sagrado en donde se aludía al amor y la misericordia de Dios. Fuera del vehículo un niño golpeaba el parabrisas para ofrecer utensilios de plástico; tenía el rostro manchado, sin dientes, abría la boca con movimientos mudos, sin advertir que un hombre venía hacia él. Una patada en la cintura lo hizo volar un par de metros, el niño quiso levantarse, pero no le respondieron las piernas, se arrastraba, sin soltar las mercancías. El hombre le ordenó a Rubiao, con una seña, que bajara la ventanilla, acto continuo le exigió sus documentos. Estaban en regla.
-Tenga cuidado, se expone mucho con el auto. No incite los delitos. Vaya a su casa.
De vuelta al ritmo del vehículo, Rubiao miraba las rejas de las residencias, como pequeñas prisiones voluntarias; el pasto crecido de la glorieta; la estatua decapitada de un héroe nacional, según la inscripción pintarrajeada; un quiosco mal iluminado. Había que esquivar los esqueletos de automóviles abandonados a mitad de la calle y sobre las banquetas. Seis calles más, en diagonal, edificios, gárgolas sobre una iglesia en donde feligreses, a salvo del agua, estarían rezando. Y ahí, enfrente, el edificio de catorce pisos y la terraza en lo más alto.
Sí, podía fumar ahí mismo, sin duda, entre esas visiones, movido por los nervios o el fastidio, como la generalidad. Pero no se trataba de eso; no era un fumador común y corriente al que la nicotina le hubiera impuesto ni costumbre ni adicción. Al contrario, el cigarro sería un elemento más de un instante íntimo: portar a través de un papel enrollado una lumbre que no ardía, una luz en la profundidad de la noche. Así que había que esperar a la terraza, teclear los dígitos en el dispositivo electrónico que autorizaba la entrada, y estacionar el auto, recorrer el largo pasillo que separaba la estancia del elevador, ese cubículo forrado de espejos que asciende y desciende con la promesa de otro lugar; pedir el último piso y la espera a lo largo de un sonido que se antoja mudo, como dentro del agua, y que termina con campanas y una sensación de vértigo en el estómago.
Entró al departamento sin nadie. Algunos meses atrás una mujer lo habría recibido colgándosele del cuello, pero ya no, se había ido, dejando apenas una nota en la que le llamaba cobarde y loco. Tampoco había mascota, se había muerto a causa del hambre o la tristeza, el cadáver flotó hasta desintegrarse y hasta ese momento el agua puerca persistía en el contenedor de vidrio, sobre la barra de la cocina.
Fue a la terraza, en su camino hubo un apagón y se hizo la oscuridad, apenas atenuada por un ligero resplandor, quizá proveniente de la luna. Pronto la planta eléctrica de emergencia se activó y de nueva cuenta el departamento se iluminó con la luz artificial de la bombilla. Extendió los brazos para asegurarse que no llovía ya, dedicó una mirada al cielo y luego hurgó en los bolsillos del pantalón en busca de un cigarrillo, que colocó en sus labios como si ya estuviera prendido y se entregó a la contemplación: ventanas iluminadas en los rascacielos que se alzaban, a lo lejos, sobre extensos territorios negros; a ratos ciertas zonas de la ciudad se encendían, como columnas de fuego se levantaban, a lo lejos, automóviles incendiándose o tal vez edificios; un helicóptero, unos veinte metros encima de él, alumbró con su reflector. Los pocos objetos que en la terraza había proyectaban sombras monstruosas y Rubiao tuvo la sensación de estar en algo aún más terrible que el sueño; desde un altavoz se emitían recomendaciones de no salir a la calle. Un hombre dentro hizo maniobrar el aparato y se perdió entre otros edificios.
Tras el silencio sobrevino el ladrido de un perro y la certeza de la realidad que momentos antes le fuera arrebatada. Sólo entonces se disponía a prender su cigarro. Dos cerillos era el pobre arsenal con el que contaba la caja; uno de ellos casi sin cabeza, por lo que fue imposible prenderlo, a pesar de los esfuerzos de Rubiao. Pero aún quedaba el otro, que sin problema encendió al primer tallón, mas el viento lo apagó antes de que la lumbre hiciera contacto con el tabaco. Sólo un instante el color rojo permaneció en el cerillo extinto para después adquirir el color negro de la muerte. La sirena de una ambulancia, gritos en algún lado, acá arriba Rubiao que contemplaba sus manos vacías.
Intentó recordar si es que había un cerillo o encendedor. Se volvió hacia el horno de microondas y lo maldijo en silencio, con todos sus dígitos. Se acordó entonces del boiler y casi enseguida de la falta de gas. Llegó a pensar, incluso, en tallar dos maderas hasta tener al menos unos segundos de fuego.
Un nuevo apagón había puesto otra vez el mundo a oscuras, pero esta vez se prolongó por algunos minutos, durante los cuales Rubiao intentaba, a tientas, reconocer las paredes de su departamento. Llegó después la luz y Rubiao pudo darse cuenta que la puerta no estaba ahí, que inútilmente tentaleaba un rincón en busca de la salida.
Abrió la puerta y recorrió el pasillo, desistió de usar el elevador por miedo a otro apagón, así que bajó las escaleras y no paró hasta encontrarse en el estacionamiento. Echó a andar el motor de su automóvil y recorrió las calles oscuras.

Varado a medio calle por la falta de combustible, Rubiao se vio obligado a caminar con las manos en los bolsillos, con la vista puesta, por el frío, sobre sus zapatos. De vez en cuando una gota le caía al cuerpo, como si alguien, desde el cielo, se acordara, a ratos, de hacer llover. Rubiao trituraba las hojas que el viento había tirado de los árboles cuando el ruido de una explosión lo detuvo, luego vinieron gritos y detonaciones, después un silencio en el que Rubiao no dejó de caminar. En la otra acera algo como un hombre corría volteando a los lados.
-No vaya hacia allá, hubo una explosión. Rompieron una valla. Quieren entrar. Regrese, regrese –dijo el hombre, que apuró su carrera.
-Fuego ¿tiene fuego? –gritó Rubiao, pero el hombre ya se perdía entre las calles.
Continúo Rubiao su andar, mientras aviones de combate hacían piruetas en el aire.

Tocó varias veces la pequeña ventana que estaba casi a ras del suelo, con un ritmo convenido con anterioridad, después de un tiempo se abrió un resquicio.
-Cerillos - casi suplicó Rubiao.
-No hay. Pero tengo carne ¿quiere carne? Carne equina de la mejor calidad.
Rubiao creyó que era un ojo lo que apenas brillaba en el hueco de la ventana entreabierta.
-No, quiero fuego... para un cigarro.
También le pareció a Rubiao que veía una sonrisa en la silueta que lo atendía.
-No, tampoco tengo cigarros, pero quizás mañana me llegue algo, si quiere volver el señor... también tengo agua ¿quiere agua?
-No, no quiero nada. ¿Sabrá dónde puedo conseguir cerillos o encendedor?
-También eso cuesta, caballero.
Rubiao metió un billete enrollado por la comisura que fue absorbido de inmediato, se cerró la ventana y después de un rato, en el que seguramente fue a revisar la calidad del billete a un lugar con luz, la silueta regresó.
-Siga por esta calle, hasta topar con el parque, dé vuelta a la derecha, ahí encontrará un edificio viejo, toque la puerta cuatro veces espaciadas. No faltará ahí quien pueda venderle a usted un poco de fuego. Diga que lo recomiendo yo.
Después la ventanilla se cerró definitivamente y Rubiao se entregó al itinerario descrito por la silueta.

Tocó la puerta Rubiao como le explicara el comerciante. Tras un tiempo en el que la lluvia arreció se abrió una reja a la altura de la cabeza.
-Vengo de... la tienda.
-¿Elías? ¿Lo manda Elías? Pero pase, ningún amigo de él se mojará con la lluvia si puedo evitarlo.
Y el hombre abrió la puerta, una enorme puerta de madera, reforzada con acero y múltiples cerraduras. Un niño flaco y tuerto observaba detrás del hombre, que, al advertir su presencia, le acarició la cabeza.
-Bien hecho –le dijo el hombre al niño-. Sigue pendiente.
Luego Rubiao fue conducido por pasillos y escaleras hasta llegar a una sala en la que un grupo de hombres, separado, a su vez en tres o cuatro grupos, alternaban la conversación y la risa con tragos de ron o whiskey. Al ver llegar a Rubiao hubo un silencio que pronto fue roto para seguir el hilo de la conversación.
-Siéntese caballero, enseguida vuelvo-. Dijo el hombre.
-En realidad sólo vine por fuego ¿tiene fuego?
-Relájese amigo. Enseguida estoy con usted.
Y el hombre se perdió entre pasillos y puertas.
En un rincón un anciano tocaba una guitarra muy por debajo del sonido normal, como si sólo estuviera afinándola, cantaba algo, como un rezo. Rubiao no tuvo otro remedio que esperar sentado a una mesa desocupada, en donde llegaban a sus oídos frases de varias conversaciones.
-He escuchado que avanzan muy rápido. Y es natural, tienen hambre y odian.
-No he dicho eso, sino precisamente lo contrario. La fuerza de su poesía radica en la posibilidad de alternar muy variados estados de ánimo en una sola estrofa, a veces en una sola línea, sin que se pierda nunca la unidad poética.
-No crea en esos cuentos de bobos, los aplastarán, tarde o temprano los aplastarán. ¿No ha visto el tamaño de los tanques? Los he visto pasar sobre automóviles sin ningún problema. No falta mucho, ya lo verá.
-Te enredas en palabrerías. Pretendes defenderlo aludiendo a cierto tipo de virtudes, pero usando la forma que tanto criticas. Créeme, de ser tan buen poeta como dices, no se sentiría alegre con tu supina defensa.
-Disfrute el tiempo que falte, señor mío, porque es inevitable. No son rumores. Tienen la fuerza suficiente, he hecho cálculos.
-Quiero que me entiendas. Mis argumentos han ido sólo en el sentido de que su trabajo es la comprobación estética del enunciado: todo es lo mismo. Los clásicos lo intuían, su poesía lo demuestra. ¿No cree usted? –Y lanzó el orador esta pregunta a Rubiao, buscando, más que su respuesta, su integración.
-¿Gusta del placer de la lectura? –continuó el hombre.
-Patrañas, estamos a salvo-. Se escuchó con un volumen mayor al ordinario, en otra mesa.
-Fuego ¿tiene fuego?-. Preguntó Rubiao a su interlocutor casual, quien extrañado puso un encendedor en la mano de Rubiao.
Llegó entonces el hombre que había abierto la puerta.
-Debo irme-. dijo Rubiao tomándole del brazo.
-Quédese a fumar un momento con nosotros-. Sugirió el hombre que defendía la equivalencia de todas las cosas.
-No puedo, lo siento. Alguien me espera en casa, una mujer, prometí llevar fuego. Debo irme-. Y esta última frase ya iba dirigida al hombre de la puerta, casi como una orden.

La puerta se cerró detrás de él, como el sonido de una lápida. Estaba de nuevo en la calle, con la posibilidad del fuego en la mano, pero ahora pensando que daba lo mismo ir a la terraza, que hubiera noche, lluvia o la visión de un satélite natural en el oscuro cielo. Sin embargo había querido fumar y podía hacerlo. Y ¿no estaba también solo, como en la terraza? Y ¿no le pertenecía también el parque, enfrente? Todo es lo mismo, se dijo. Todo. Caminó hacia el centro del parque, observado por los cascarones de los árboles que eran agitados por el viento helado.
Se sentó en una banca y encendió el cigarrillo. Arrojó el humo hacia lo infinito del cielo formando ¿qué figuras? No lo sabía, el aire descomponía el humo y se hacían uno. Pensó que era un sueño y se echó a reír, mientras una multitud avanzaba hacia él como un solo ser. Rubiao miró al cielo aún con el gesto risueño y se preguntó cuánto tiempo faltaría para el amanecer.

Quenin Eztli

jueves, junio 29, 2006

femme (aforismo)

Pensar en las mujeres es pensar en el destino; pensar en el destino es, tarde o temprano, pensar en la fatalidad.

jueves, junio 22, 2006

apuntes

Estoy sentado en una estación del metro. El tren llega con ruido y prisa. la gente se arroja a las puertas, esperan conseguir un asiento; es una ruta larga y la mayoría lleva sobre el lomo una inconveniente jornada de trabajo . El tren anuncia con un timbre agudo que está a punto de cerrar las puertas.
Y se va.
La gente vuelve a reunirse con sus paquetes bajo el brazo, con una bolsa que cuelga del hombro. Ni me miran, ni siquiera soy un sujeto extraño.
¿A dónde ir? Sé a dónde conduce este tren, pero no quiero tomarlo, ni siquiera estar sentado.
Mientras escribo el tiempo habla con rumnores de extraños, viene en forma de fierros sobre neumáticos, crece, se mueve, invade mi espacio, debo recoger los pies. Hay mujeres que se ríen, que charlan entre ellas, y yo me pongo a mirarlas sin saber qué hacer.
Soy un hombre que garabatea en una hoja.
Pronto seré uno de ellos, ansiando un lugar en la larga trayectoria de un tren.
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Sentado en la explanada del monumeno a la revolución, mientras soldaditos de carne y hueso festejan el día de la marina. Hay fusiles, uniformes y música épica. Está nublado. Hay pájaros que gorjean y botes de basura, rascacielos que asoman por sobre edificios de condominios. Hay aplausos a lo lejos y voces en un micrófono.
Y yo vine a llorar sobre mis piernas, con la palabra aniquilada.
Solemnemente la marina asiste a mi llanto.
" ¡Sonad, oh claros clarines, sonad tambores guerreros!"

lunes, junio 05, 2006

lunes, mayo 29, 2006

martes, mayo 09, 2006

ars poetica

Primero es la niebla
y ese como murmullo de la gente.
Ese estar lejos y entre ellos.
Ese estar solo y como con esperanza.
Es pensar,
esencialmente pensar.

Y mirar las manecillas con sueño.

Es algo así como que nunca
llega.

A veces es llorar, porque uno se cansa.
Es hacer pucheros y torcer la boca

Es como estar frente a un espejo o como frente a un abismo.


Es como árboles y pasillos que no terminan nunca.

Es una mujer que duerme con la vista puesta
como en
otro
lado.

lunes, abril 10, 2006

aforismo[s]

¿Qué es una ciudad si no la realización fallida de deseos humanos? No es otra cosa que la aspiración de lugares limpios y bien iluminados. Es el esfuerzo más auténtico del homo sapiens por ser artificial.
Imaginar a los primeros hombres en cuevas, con hambre, ansiando la luz del día siguiente ¿No seguimos siendo los mismos? El progreso no existe, es un sofisma, un mal consuelo, en el mejor de los casos.
Disfrutemos lo humano: ¿Quién suelta la primera carcajada?

domingo, abril 02, 2006

página

¿En qué lugar estoy? ¿Quiénes me rodean? Qué extraño es todo esto. Estoy Aquí. Quiero hablar de las paredes, del suelo, de los mosaicos y las ventanas. Quiero decir que hay puertas que se abren y gente que cruza los umbrales. Una escalera, la copa de un árbol inquieto por el aire. Quiero decir que estoy aquí, que yo soy esto.
Dios mío... estoy aquí.
¿Soy el único que lo nota? No me refiero a mi propia existencia, sino a estos seres que hablan, se ríen, se besan, se mienten; hablo de esas piernas que avanzan cíclicamente, sincronizadas con el movimiento de los brazos.
Quiero decir que estoy y estoy triste, así de fácil.

martes, febrero 28, 2006

the cristal ship

El faro de oriente, en la delegación iztapalapa. Un centro de cultura gubernamental con talleres infantiles. Vagaba por los pasillos del lugar y me llamó la atención la música de the doors que provenía de alguna parte de un pequeño auditorio. Dentro, sobre el escenario, niños y niñas de unos siete años se estiraban, calentaban, estaban vestidos a la usanza del ballet.

Había tal comunión entre la música y la sucesión de los hechos que observaba que se diría que la melodía estaba compuesta únicamente para ese fin.

The cristal ship, el barco de cristal.

Pensé que Morrison se habría sentido feliz de haber visto aquello.

El faro está construido con la idea de semejar un barco, instalado en una de las zonas más populosas de la ciudad, no hay mar que lo rodee, sólo envases de plástico de refrescos, bolsas de frituras, pañales desechables y otros desperdicios humanos lo rodean.

Morrison no sabe, no puede saberlo, que una de sus canciones fue compuesta únicamente para que infantes en un barco de concreto, encallado en basura, pudieran estirarse y calentar y danzar.

Espero, en algun tiempo, en un espacio que no conozco, una de mis frases, al menos, se instale en la vida de otro ser humano. Una frase escrita para eso.

Nada más.

domingo, febrero 12, 2006

papanatas

Siempre he considerado a la vergüenza entre los tres o cuatro sentimientos más humanos (pienso, además, en el asco, la lástima y la esperanza).
La actitud de los críticos es parecida a la de aquellos insolentes que levantan la mano en plena función queriendo desenmascarar al mago y sus secretos: "Oigan todos, el sombrero tiene doble fondo, la manga tiene tal dispositivo".
De la misma manera los papanatas de los críticos creen descubrir en la obra de arte un mensaje oculto, una trampa para engañar al receptor. Su lectura es superficial porque olvidan que el todo es mayor a la suma de sus partes. Dicho de otro modo, la magia, es el producto de algo más que un hombre que saca un conejo de un sombrero con doble fondo.
Lectura superficial porque descomponen el universo que el artista ha construido para darle una lectura parcial y dirigida; es frecuente escuchar de los infelices frases como esta: "Con un manejo envidiable del lenguaje, Fulano de Tal, revoluciona la narrativa contemporánea, al grado de instalarse entre los más grandes de los escritores de nuestra lengua".
Demonios.
Y me avergüenzo de mí, de la elaboración de mi tesis, en la que debo mantener un tono académico y reductivo.
He levantado la mano torpemente, inútilmente, para revelar en donde está lo secreto de una novela del siglo XIX.
Y por un título universitario.

jueves, febrero 02, 2006

pasos, ganchos, arte, hormigas y un individuo que nació para decir


Quietos los pasos, en algún punto la pierna tiembla, imperceptiblemente. No, no es miedo a levantarse. O tal vez sí, a que el camino no tenga otroi lugar en donde descansar.

Vamos a decirlo pronto: las letras es un camino sin retorno. Las letras, el arte, es un estado mental, del que uno no se desprende nunca...
... Aun sentado, con un artefacto extraño que pretende decirnos cómo eran las cosas al momento de apretar el botón.
Estoy trabajando, temblando... y quiero decir que el camino que se abre ante mis ojos está lleno de ganchos de tinta sostenidos por un punto.

Pero quiero decir.

Yo nací para decir.

Y si de vez en cuando me detengo al borde del camino es porque quiero observar la vida corriente de una colonia de hormigas.

martes, enero 24, 2006

cronometro

"Viajar en el metro es como estar metido en un reloj"
Una frase perdida en "El perseguidor" de Cortázar

El metro es un lugar fuera del tiempo. Una especie de limbo cuyos plazos jamás se cumplen. Un lugar de eterna espera.
Si el tiempo humano surge a través de la observación del sol y de la luna en el firmamento, de la luz y la sombra, entonces el metro ha venido a clausurar el tiempo, detenido eternamente por la luz artificial de las lámparas, soles cilíndricos. El tiempo no pasa porque siempre hay alguien esperando detrás de una línea amarilla; no hay tiempo, sólo la concatenación de hechos absurdos (carentes absolutamente de evolución): rascarse la cabeza, llevarse la mano a los bolsillos, bostezar...
Presiento que el metro es una máquina del tiempo fallida a causa de no sé qué tornillo mal colocado; ha sido imposible transportarse a otras épocas, no así a otros espacios (que se repiten sin fin: escaleras, pasillos, recovecos en donde el polvo que se almacena nos hace recordar que hay una palabra llamada tiempo) casi inútilmente.
Apenas el hombre ha podido oprimir el botón de pausa en lo que concierne al tiempo. Tal vez estemos asistiendo a la cancelación del futuro.

lunes, enero 16, 2006

palabra

Se está forjando la palabra, en pequeñas gotas de vida, a pequeños pasos sobre la banqueta, a punto de cruzar la avenida.

Se siente la palabra, en alguna parte.