El joven que escribe esto; el adolescente que se pasa debajo de la reja de la secundaria para ir a los lotes baldíos a romper botellas de vidrio; el niño que corre en el recreo con la intención de derribar de las manos las tortas de los incautos; el que va detrás de un balón, esquivando los automóviles; el callado...
el profesor de literatura que observa las minifaldas de sus alumnas de nivel medio; el anciano que garabatea palabras en una hoja de papel casi extinto, sin fuerza, convencido de que no sirve de nada, pero obligado a ello desde las entrañas, sin embargo; el cadáver que se pudre, o las cenizas que se arrastran con el aire o en la corriente marina.
Soy esto. Y más.
Soy la mosca que frota sus patas sobre el excremento de un albañil en una resbaladilla de un parque público; soy un remache en la locomotora olvidada de un tren oxidado; soy una botella de cocacola que un empleado de gobierno se lleva a la boca sucia; el esperma; el óvulo; la semilla.
Porque uno no sólo es lo que fue, es o será, sino una infinita gama de posibilidades...
Basta que lo imagine para que exista. Yo soy lo que imagino, en múltiples direcciones.
Yo soy el creador.
Yo soy yo.
Yo soy todos. Todo.