Me despertó el calor, mi mal aliento, el dolor en la espalda; quizá ya era tiempo de tirar el colchón. Dormir bien es importante, me dije, después de todo en ese estado es donde tienen lugar los sueños. No podía recordar otro día tan caliente. La estamos pagando, pensé, hidrocarburos, bióxido de carbono… nuestros crímenes no podían seguir impunes por mucho tiempo más, algo de cierto debe haber en la justicia que se pregona en el colegio y el catecismo. Así que había que vivir, hacerse un tatuaje, perforarse el glande, fornicar, intoxicarse. Yo estaba caliente, con la verga henchida de sangre y ansiando una mujer en dónde depositar lo almacenado en los testículos.
Hojeé un libraco de poemas que un infeliz me vendió en Coyoacán ¿En qué estaba pensando cuando preferí comprar aquello en lugar de meterme medio pollo rostizado al cuerpo? El mundo recreado en aquellas páginas era demasiado bello: estrellas luminosas, verdes árboles y azules mares, mujeres con cabellos de oro y dientes de plata dispuestas a amar. Tenía incluso un prólogo en el que llamaba a sus hipotéticos lectores, desocupados. Con cuánto gusto lo encararía: “Hey tú, hijo de puta, ¿en qué parte del mundo ves la belleza? ¿No te han enseñado que no se va por la vida engañando a la gente?". Arrojé el libro al suelo, a cualquier parte, quizá alguna utilidad tendría en el futuro, uno nunca sabe en qué momento el intestino va a reclamar la culminación del proceso digestivo. Todo sirve, nada sobra.
Abrí el grifo y fluyó el agua sucia, pestilente, con la que remojé mi cabeza, las axilas, el miembro inquieto que palpitaba en mi mano. Intenté masturbarme, pero pronto me abstuve. ¿Qué clase de sujeto era? Unos instantes antes había reprochado a unos poemas su falsedad y ahora yo pretendía engañarme de tan mediocre forma. La chaqueta es una estafa, lo mismo que el orgasmo: uno pone empeño en el placer y el clímax no dura más que unos segundos, luego vuelve el asco, las malditas ganas de subirse el pantalón. Sabía esto, pero seguían ahí las hormonas una y otra vez con su voz de hembra: mama, fornica, eyacula. Se trataba de vivir, después de todo, pero había que hacerlo de la mejor manera posible. Salí a buscar a una mujer.
De las viviendas escapaba el sonido de los televisores: un hombre trataba de animar a los televidentes, los persuadía de que no se movieran de donde estaban, con el argumento de que pronto habrían de presenciar el mejor partido de la temporada. Era un buen trabajo el del tipo, prometer que las cosas estaban a punto de suceder, emocionar al mundo, procurar tantita esperanza en las buchacas secas. Era eficiente, al parecer toda la ciudad estaba seducida por las promesas de goles y espectáculo; las calles lucían tan vacías como un cementerio o una biblioteca. Sólo algunos despistados o adictos buscando su dosis diaria daban a las calles un mínimo de signos vitales.
De mujeres ni qué decir, no era posible encontrar una, a menos que forzara las puertas de las viviendas, matara a todo lo que se opusiera: maridos, hijos, amantes, llegara hasta ellas y las tomara, pero nada de eso ocurriría, mi deseo no daba para tanto. Sólo anuncios comerciales me acompañaban como celosos inspectores: “disfruta”, “bebe”, “compra”. Y el sonido de algún insecto rondando el caracol de la oreja. No duró mucho el instante en que fui el único ser humano sobre el planeta: un tipo con prisa apareció en la esquina, luego un carro en la calle y una señora que aventaba agua sucia desde la ventana de un cuarto piso.
Caminé por la acera siguiendo las señales blancas y amarillas que prometían un mejor lugar, al menos un destino. Si era inevitable el movimiento, había que hacerlo ordenadamente. O ¿acaso la especie humana es una bestia anárquica? En absoluto, Dios bendiga al semáforo.
Estaba la esposa del panadero recargada en la pared, a un lado el boquete de la accesoria abierta, en donde las teleras se mosqueaban. No mediaron muchas palabras porque yo sabía, por la fama que corría en el vecindario, que era fácil. Tendría 50 años o más, la piel morena, le faltaba uno de los dientes superiores, pero tenía las tetas gordas y la necesitaba. Entré al establecimiento y arreglé cita.
Lentos pasan los minutos cuando el filtro es el apetito carnal. Pensé que había sido un error dejarla sola, que debí haberla asegurado, pero al final tocó la puerta de lámina. Pareció arrepentirse cuando vio basura regada en el piso, el techo manchado por la humedad, excremento de rata en las ruinas de un sillón. Pero había llegado hasta ahí y no sería capaz de irse. La efectividad de la telaraña consiste en que quien la hace conoce bien a sus presas y ella estaba en las mismas circunstancias, incluso más necesitada: yo era joven y ella vieja; seguro que si le decía: “lo siento mucho señora, aquí ha habido una equivocación, lo mejor será que regrese a atender a su negocio y a su marido”, ella terminaría rogando. No se debe jugar con las personas, todavía dije entre mí, luego actué.
Oh, morboso lector, nada hay de extraordinario, pero sáciate. Aquella tarde le conocí, al montarla como a una bestia cuyas riendas eran los cabellos sucios, la cicatriz de un navajazo en la nalga; disfruté lamer sus pies carcomidos por los hongos; fracturé el látex del preservativo en la penetración anal y seguí. ¿Qué más daba? Sólo era un poco de mierda y virus. Había que vivir, acatar procedimientos.
-¿De qué vives? –preguntó la puerca mientras se vestía. Evidentemente se trataba de una pregunta hueca, una rutina de cortesía; o quizá de la pudorosa necesidad femenina de saber quién la ha poseído. De cualquier manera había pedido información y yo iba a dársela. No había razón para no ser amistoso, pero había que aburrirla para que se largara pronto.
-Estudié literatura. Viví un par de meses de dar clases en una de esas preparatorias en donde todos van vestidos de la misma manera y los estudiantes aprenden a obedecer y anudarse la corbata. Pero eso no era para mí, yo un idealista, cercano a la filosofía de los cínicos: Antístenes, Diógenes de Sinope, Crates de Tebas… Pero la verdad es que no tengo agallas, no puedo ser ni caracol ni paguro y llevar mi casa a cuestas; mucho menos encarnar a don Quijote, lanzarme a la calle con una sola idea fija en la cabeza y tratar de realizarla, una idea noble. No puedo entregarme a Hiparquia, a Dulcinea, aunque las busque. Soy un cobarde y vivo mediocremente entre el mundo institucionalizado, temeroso del hambre y el frío. Ahora junto cartón y lo vendo. Nada falta y falta todo…
-Deberías limpiar, esto parece un chiquero.
-tienes razón, la limpieza es para el cuerpo lo que la pureza para el alma…
Recogí del suelo el libro de poemas y leí uno en voz alta:
Preciosa quimera
de aire eres
de noche, de estrella,
de luz es tu mirada,
de esperanza las palabras que imagino en ti
-¿Tú lo escribiste?
-Sí –respondí. Y sonreía.
-Es tarde, yo creo que ya se acabó el partido, mi marido me debe estar buscando. Abandonó el cuarto rengueando, hasta ese momento me di cuenta de que una de sus piernas era más corta que la otra. El ruido del portazo se siguió escuchando en mi mente por algún instante. Luego continué leyendo en voz alta y engolada:
Eterna quimera
De suspiros eres real,
de sonrisas y primaveras,
de tiempo, detalles, sutilezas,
te llevo asida al alma
dulce, bendita quimera,
eres la promesa,
el juramento que se cumple
mi quimera.
César Rubio -México, Febrero 2007-
3 comentarios:
Vessss!!! hay algo dentro de todo esto k me es interesante!!!
Hola:
Felicidades por tu blog, me encontré con el por casualidad, buscando como definirle sin mis palabras a un extranjero que es una chaqueta mental, después me pareció muy interesante lo que escribes, me gustó tu estilo… En fin, me tienes aquí reconociéndote que veo en ti el talento Mexicano o esa esencia particular que nos caracteriza, que es un brillo y un tesoro aunque las trasnacionales no lo paguen.
Gracias por la generosidad de tus letras aun para los desconocidos.
SakNichim
rosalbaek@yahoo.com.mx
Hola puedes borrar mi correo electrónico de la publicación por favor? Saludos.
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