jueves, diciembre 07, 2006

ciudad oasis

El capricho de una ciudad idiota me había tirado en el suelo de la explanada del palacio de bellas artes. era como estar muerto, entre gente que fotografiaba los monumentos y esculturas, sonreían, paseaban; era también como estar solo, sumido en una contemplación dolorosa por indiferente. Era la certeza de que nada habría de ocurrir, no habría vínculos y la vida seguiría siendo el ruido de automóviles echando humo y frases en tinta negra nacidas por el desconsuelo.

Un hombre me ofreció un papel, por un momento imaginé que se convocaba a una revolución, que habría putazos, escándalo, metralletas, tanquetas, muertes heroicas y al fin se apagaría el ruido de las máquinas, sus carcajadas; pero no el mensaje en el papel algo quería venderme, lo arrugué sin furia, nada me decía.

Tampoco habría una mujer. Todas iban del brazo de hombres que sonreían estúpidamente. La felicidad no es otra cosa que el grado máximo de la estupidez, pero eso no se sabe hasta después, cuando se ha dejado de ser feliz, eso lo sabe todo el mundo y se enuncia a menudo. Pero, cómo se ansía entonces la estupidez o su gemela la inconsciencia. El alivio de no poder darse cuenta.

Anochecía ya, con esa oscuridad que tanto gusta a los bohemios. Hombres y mujeres de buen gusto salían de bellas artes, algún concierto, algún libro, algún autor a punto de morirse; parecían haber disfrutado el espectáculo, la mayoríallevaba en el rostro la expresión de quien ha sido engañado, víctima de una mentira piadosa. El mundo no es bello, debí gritarles a aquellos idiotas, quizá lo hubiera hecho de no comprender y envidiar su estado. La explanada con mármol o algún material similar era un oasis, con monumentos históricos, iluminación artística y paseos mientras llegaba la noche. Un oasis.

Y yo me esforzaba por aferrarme a alguna esperanza. Una mujer me sonrió, pero era una estratagema ruin para que le tomara una foto junto a su amante. Los dos sonrieron y la luz del flash se encargó de capturar la realidad, el instante, para posteriores recuerdos y engaños. Poco tuve que ver con ello, sólo accioné el obturador.

A lo lejos alguien reía, sin control, entre un grupo de amigos que lo secundaban. Tal vez era hora de irme esperaba el oasis de la comodidad de un colchón, un televisor y algún pedazo de carne sazonado a fuego lento.

Sí, era tarde y no había llegado una mujer que me sembrara inconsciencia, que me hiciera sonreír por las plazas públicas y me hicieran contemplar el oasis como la esencia del mundo.... pese a que el mundo se desmorone aquí y allá.

Ciudad, arrójame a otro punto. A donde no desee yo nada.