Sí, una novela que recree esos momentos nocturnos de caminata, de oasis limpios y bien iluminados que son las tiendas departamentales esparcidas aquí y allá de las avenidas, de ese silencio que hay en el metro cuando el reloj está a punto de marcar las diez, de ese innoble pensamiento que alberga mi conciencia al mirar a una mujer hermosa y lejana caminar en sentido opuesto al mío.
Una novela como la vida misma, como mi propia vida, intraducible, inabarcable, como el tiempo que está por irse, de mis 25 años, mis pobres ansias y mis centímetros. ¿Qué me tiene que importar a mí los demás hombres, sus buenas o malas acciones, sus erecciones, sus lubricaciones, sus pasiones? ¿Cómo podría involucrarme si estoy en un limbo absoluto, con diminutos huecos por donde pasa la luz de algo que quién sabe si sea bueno. Querer comunicarse es como una masturbación colectiva.
Una novela en esos espacios de noche, tecleando miserablemente una máquina de escribir, con música rock como fondo y un foco inocente que alumbre esas páginas embusteras que cuentan lo que no existe. Una novela e instantes de amargura con un poco de canderel que es la literatura. Una novela, un consuelo.
Una novelita que nadie lea, que apenas una sonrisa, que ni siquiera una alegría. Nomás una novela como intento.
Hagamos novela.