con prisa, con algo de crueldad, que truenen, que hagan click, madreemos el teclado, que necesitemos lápices, que también le quebremos la punta, que el grafito no soporte el peso de nuestras miserias, nuestras pasiones, de nosotros, pues.
Que necesitemos la sangre, que sea nuestra tinta.
Que se nos quiebren las uñas, las falanges.
Peripatéticos, de aquí para allá, enemigos del reposo, que las suelas de los zapatos se gasten, que la erosión continúe por los talones, los tobillos, muñones, metáforas absurdas de la escritura.
Como reptiles, arrastrémonos, con las torpes extremidades que, si todo sale bien, también se harán polvo con la fricción en los poros del asfalto.
Que quede la cabeza sola, rodando, parpadeando de vez en cuando los ojos, que se irán abriendo a la oscuridad.
Consérvese el sentido del oído para capturar la voz que acaso diga: en paz descanse.
Y, si aún se tiene fuerza, piénsese en el punto final.